El 2020 tenemos una sensación de acumulación de iras, resentimientos y rivalidades que se están encendiendo desde los medios de comunicación que han ido protegiendo a Toledo, Humala, Kuczynski y Vizcarra, viviendo una “época de miseria”, dejando de lado lo que en verdad debería primar, la lucha contra la delincuencia y en ella, la más elegante y libre de condenas, la corrupción en el Estado y con el Estado, porque ese es el centro de todo lo que nos ahoga. Pero como los medios no viven con sus medios, sino con nuestros impuestos, la corrupción pasó a ser noticia olvidada, mientras se destruían honras, instituciones y empresas alejadas del círculo de poder.
El escándalo de Odebrecht es una pieza pequeña de lo que estamos descubriendo, es apenas una puerta de entrada que nos irá conduciendo a más ladrones que viven codo a codo con los gobiernos y quienes rodean a los oscuros políticos en sus decisiones de Estado. Odebrecht es una pieza de la maquinaria, no es el centro de todo.
Lo dijimos el año pasado, sobre el mapa de la corrupción está una organización que funciona sirviendo de inventora, promotora, gestora y habilitadora de proyectos, licitaciones, concursos, asesorías, seminarios, relaciones públicas, rotación política en el gobierno y cuanto nuestra imaginación pueda suponer: sigue latente, más fuerte, con mayores compromisos, con actores de segunda articulando los rostros de la primera línea y siempre, promovida como limpia e inmaculada… por los medios de comunicación que se alquilan a esas suciedades.
Frente a esta desastrosa escena se hace preciso que los ciudadanos participen más en las redes sociales con su voz, comunicando y también, mostrando ideas y propuestas para recuperar al país en el camino limpio que debemos tener siempre.
Ideas y propuestas, acción y ejemplo, sin odios, sin violencia.
Tenemos que señalar el camino para que el Perú no siga herido en su esencia y condenado en su historia.