¿Cuántas camisas blancas bordadas con lemas sin impacto ni ejemplo se habrá llevado a su casa el vacado y procesado Vizcarra? Parece que muchas, porque cada vez que puede hacerse a la calle, para gritar con su horrorosa voz de ronquera nocturna y su mirada agresiva, lo vemos uniformado como si siguiera dando sus paseos de supervisión a lo que nunca hizo: ni un colegio de los mil que anunció, ningún hospital implementado, ninguna carretera asfaltada y en buenas condiciones de operatividad, ninguna infraestructura de impacto para resolver necesidades de los más pobres en especial, nada, cero.
Vizcarra es un ausente de la ética y de la moral en nuestra opinión, huye de la verdad, se esconde en excusas y lamentos, hablando, perdón gritando como recurso de una pretendida elocuencia que no tiene, cada vez que se junta en la puerta de su edificio con los periodistas asignados para protegerlo.
Sale a la calle y nadie lo saluda con respeto, no lo reconocen por algo bueno, no lo aplauden como gratitud, porque hay mucho por lo que él tiene que responder.
¿A qué se dedica este procesado por la justicia? A enviar mensajes en las redes sociales, pero con una carga de odio y resentimiento cada vez más agresivo. Cree él que aún gobierna, o que tiene poder, pero para dañar, para maltratar, para urdir y tramar traiciones, no creemos que para otras cosas.
El Perú nunca mereció a este reemplazante de un Presidente que renunció a su investidura. Hemos perdido más de dos años entre contubernios, manipulaciones, planes de odio, despilfarro del erario nacional y mentiras, muchas a nuestro entender.
Las autoridades judiciales deberían ordenar que durante el proceso que se le sigue, este acusado por corrupción mantenga silencio, mientras se investiga también quienes difunden en redes sociales sus mensajes violentos.