El Perú es un país lleno de confusiones, en su geografía, en la historia, en la diversidad que lo aleja cada vez más de la unidad. Es incomprensible que para construir opciones o encontrar respuestas, se tenga que hacer de la violencia el arma perfecta, que nos devuelve al mismo sendero de odios e iras; siempre es lo mismo, así pasen unos años en aparente paz, mientras se calientan los motores del resentimiento.
¿Es el agro una especie de infierno donde los esclavos languidecen encadenados unos a otros, azotados por caporales miserables que los atormentan de día y de noche, sin alimentos, sin agua, sin poder levantar la mirada un segundo para secarse el sudor de sus esfuerzos? No, no es así.
¿Son todas las empresas agroindustriales cavernas de maltratos, pozos sépticos donde se ahogan hasta desfallecer los obreros del campo y de los almacenes que procesan la cosecha? No, tampoco es así.
¿Entonces, a qué tanta protesta y dolor en las miradas y rostros cansados de decenas de miles?
Dos grandes problemas subsisten a pesar del marco legal que trata de este sector estratégico para el país:
- El tema estrictamente laboral, que no es verificar si todos están en planillas, si a todos les hacen los descuentos y aportes de Ley, si todos los derechos están siendo respetados. Es también y sobretodo, las condiciones de trabajo: equipos de protección en las labores cuando están en el campo o en el procesamiento de alimentos (sea empaques o traslados), los refrigerios, la ropa de faena (que no puede ser la que trae uno de casa), los sombreros para cubrirse del sol, bloqueadores solares, mosquiteros, alojamientos aireados y espaciados con servicios permanentes de agua y espacio para el aseo de la ropa, tópicos, zonas de descanso y esparcimiento, movilidad hasta un destino de embarque apropiado, y no sobre la carretera. Laboral, humano, perfectamente entendible.
- El tema estrictamente legal, repetimos, del marco de la legislación sobre la cual reposa el desarrollo agroindustrial (no es sólo agro, aquí hay una gran confusión). Y en ese sentido, lo que hizo Vizcarra con un Decreto de Urgencia en pleno cierre o disolución del Congreso de la República, fue tapado por los medios, no se tuvo la prudencia de explicar, informar, hacer ver los cambios (para que cada quien observe sus bondades o perjuicios).
Y rodeando este panorama “oculto” bajo sombras de sospechas -otra característica de la peruanidad es sospechar de todo y por todo, en base a la historia y la experiencia-, el inacabable discurso político, la ideologización de cualquier revanchismo frente al éxito, prendió rápido una protesta que rebasó sus objetivos y produjo víctimas que todos deben lamentar.
Pero como no es Lima, sino eso que se llama Perú, derogan una Ley sin tener reemplazo para la norma, acrecentando incertidumbres y generando mayores conflictos.
Lo que ocurre en suma, tiene un nombre: desborde del Estado y crisis popular, no es al revés.