Pasó lo que debía pasar: Martín Vizcarra ha quedado como lo que siempre fue, un felón que traicionó a la patria desde que empezó en el servicio público, cuando apenas tenía 25 años de edad.
Según los múltiples testimonios y evidencias aportados por personas que están en la compleja situación de colaboradores eficaces de la justicia (es decir que se reconocen como delincuentes pero testimonian para reducir su pena), el moqueguano comenzó como pillo cuando ocupaba un cargo público secundario; luego incurrió en actos calificados como cohecho cuando fue presidente regional; ha mentido en cuanto a sus relaciones con personajes intermediarios de la corrupción; complotó contra su jefe, PPK, y deliberadamente lanzó una terrible persecución política tanto contra Keiko Fujimori y el presidente Alan García.
Está demostrada hasta la saciedad su incapacidad para gobernar, el criminal desmanejo de la pandemia, su deslealtad con los incondicionales de su círculo de poder íntimo y su asociación con periodistas prostitutos, empresarios corruptos, militares investigables y ONG antiperuanas.
Al escuchar su balbuceante autodefensa en el Congreso y contrastarla con los testimonios que lo incriminan solo sé concluir que el Perú ha estado en manos de un psicópata, de un tipo que los psiquiatras definirían como “un enfermo que sufre un trastorno de personalidad caracterizado por un comportamiento eminentemente antisocial, siendo frecuente la realización de actos en donde se infringen las leyes, ya sean hurtos, estafas o similares…”.
Su arrogancia e incapacidad para pedir perdón lo ha mostrado también como un megalómano, aquel que sufre de una condición psicopatológica “caracterizada por fantasías delirantes de poder, relevancia, omnipotencia, grandeza y una hinchada autoestima”.
Este enfermo ha complotado de muchas maneras, perpetró un golpe de Estado en septiembre de 2019, engañó sin rubor al pueblo con obras que jamás siquiera inició, intrigó con fiscales, comandantes generales y ha tratado de extorsionar al pueblo presentándose como el garante personalísimo de elecciones generales ahora heridas por las intervenciones en la ONPE y el JNE.
Vizcarra como enfermo da lástima, como gobernante inmoral provoca furia. Los congresistas dijeron lo que debían, la nación ya no puede ser engañada por los psicosociales que pretenden la triquiñuela de “para qué la vacancia si falta poco para las elecciones”.
La historia, que todo recoge y nada perdona, algún día escribirá el epitafio de este ser aborrecible: “Aquí yace un miserable que usurpó el gobierno de nuestra patria. Dios no puede perdonarle”.