“De todos los libros que he escrito -afirma Susanna Tamaro- éste ha sido el único cuyo final conocía desde el principio. No había sorpresa posible, ni giro de guion, ni vía de escape. El final era la palabra muerte, escrita al lado de tu nombre, Pierluigi Cappello (1967-2017) vocalizado con esmero, como cuando se pasaba lista en el colegio”.
Efectivamente, en este reciente libro “Tu mirada ilumina el mundo” (Seix Barral, 2020), Susanna Tamaro narra la honda amistad que cultivaron ambos artistas. Hubo muchas afinidades, pero quizá la conciencia de la fragilidad fue lo que más los vinculó. Pierluigi sufrió un accidente de moto a los 16 años que lo mantuvo en silla de ruedas desde entonces. Susanna tiene el síndrome de Asperger, necesitada de la ayuda de otro que, con afecto e inteligencia, la ayude a sobrevivir la complejidad de sus días.
Una amistad salpicada de gozos atemporales. “La nieve que aguardábamos -escribe Tamaro-no era la de los esquiadores, sino la que da al mundo otra dimensión de la existencia. La nieve impone un silencio imprevisto, y era ese silencio lo que necesitábamos y añorábamos. Una repentina escapada en el clamor de los días. Un pensamiento que se aquieta y se convierte en reposo en medio del tumulto de pensamientos”.
Compartir asombros y silencios. Actitud contemplativa, dejando que la realidad hable al oído del alma. Pura escucha. “De hecho, el primer paso en el camino de la sabiduría es la escucha. Al escribir esto ahora -continúa diciendo la autora- me doy cuenta de que ni tú ni yo íbamos nunca con auriculares, no teníamos listas de reproducción siempre a mano. Nuestros días no han tenido hilo musical. Sabíamos que nada debía interponerse entre nuestros oídos y la silenciosa voz del cosmos”.
La ternura, el cariño se cuecen a baño maría; lentamente, sin apuros, ni ruidos estridentes. Una amistad tejida con palabras, silencios, gestos, miradas, bromas, reflexiones, juegos, todo a su tiempo. Intereses que convergen en el corazón. “Siendo como éramos dos artistas -anota Tamaro- presas de nuestras distintas fragilidades, nada nos angustiaba más que ese avance de este mundo posthumano.
En el mundo supe eficiente que se proyecta, un mundo donde el mal y su misterio serán abolidos, ¿Qué espacio, nos preguntábamos, quedará para la palabra? La voz se verá reducida a ruido”. La eficiencia nos tiene sitiados. Por donde vayamos se nos pide logros y nos miden por resultados. Primacía excesiva del hacer y tener, con un gran déficit del ser, ignorando que la amistad, el cariño, la alegría, la felicidad no son resultado de un proceso logístico: son dones gratuitos que advienen y no se compran.
En una de sus últimas visitas a Pierluigi, aquejado por un agresivo cáncer, recuerda Tamaro que “había venido leyendo en el tren la historia de Carlo Acutis, un joven milanés al que una leucemia fulminante le arrebató la vida con quince años, y cuya fama de santidad estaba difundiéndose misteriosamente por el mundo entero.
“Me pediste que te enseñara alguna foto suya. —¿Qué hizo de especial? —Especial, nada —te respondí—, ni milagros, ni comportamientos extravagantes. (…) —¿Qué es la santidad? —me preguntaste tras una pausa, sin apartar los ojos del rostro de ese chico. (…) —Puede que sea sólo prestar atención, escuchar —te respondí mientras volvía a tu lado. Se hizo un silencio entre ambos. Después, con una repentina seriedad en la mirada, me susurraste: —En cuanto esté en casa, quiero volver a recibir la comunión. No había en tus palabras ni miedo ni una necesidad humana de consuelo. (…) —Puede ser bonito —comenté—. ¿Qué es ese trocito de pan sino una tienda del encuentro, donde el Eterno baja para abrazar el Tiempo? Y todos necesitamos ese abrazo como el aire que respiramos”.
El cáncer le pudo a Pierluigi, quien murió a los 50 años. Todos sus amigos esperaban un milagro, “pero al igual que un creyente sabe que nada es imposible para Dios, también sabe -no sin dolor- que nuestros sueños no son siempre Sus sueños”. “Te pasó lo que les ocurre a los árboles -concluye Tamaro. Un manzano al que abandonan a su suerte se vuelve pronto salvaje y deja de dar manzanas. Es la poda lo que mantiene con vida los frutales. También la vida poda, a unos más que a otros. Algunos se amustian y se secan, otros recuperan el vigor, y ese vigor se transforma en alimento capaz de ofrecerse al otro. Quizá sea ese alimento lo que pesan los ángeles el Día del Juicio”.
Es la balanza a la que se refiere San Juan Pablo II en su obra de teatro “El taller del orfebre” que mide, no el peso de los metales, sino toda la existencia y el destino del hombre.