Roger Scruton (1944-2020) filósofo y polígrafo inglés. Lo descubrí hace apenas unos pocos años. Toda una personalidad en el mundo de la cultura. Su arco de intereses fue amplio: filosofía política, estética, música, crítica literaria. El hábito del perdón y la fina ironía con lo propio y ajeno adornaron sus escritos. Llamó pan al pan y vino, al vino. A este último le dedicó uno de sus libros.
Muerte prematura (75 años) para estos tiempos en los que la esperanza de vida alcanza cotas más altas. Sus posiciones en el campo del pensamiento fueron claras y formó parte de los intelectuales políticamente incorrectos. Fue un amante de la libertad, de las tradiciones, del derecho consuetudinario y un buen anglicano.
Escribió jugosos y sensatos libros de los que hacen pensar y sonreír con un cierto aire de malicia. Me quiero fijar en uno de ellos “Usos del pesimismo. El peligro de la falsa esperanza”. El título puede desconcertar porque daría la impresión que se trata de darle cabida al pesimismo en la vida, cuando ésta ya tiene suficientes cargas que desaniman. No, es más bien un libro que trata del optimismo sano, de aquel talante que mira con una sonrisa el futuro y, al mismo tiempo, sabe que sus decisiones afectan a terceros: sabe conjugar el yo con el nosotros.
Llama optimistas inescrupulosos a quiénes enarbolan recetas para mejorar el mundo haciendo asumir a terceros riesgos insanos. Son aquellos que no se vinculan personalmente con las responsabilidades de sus fracasos. Quedan tan frescos después de una mala decisión como si no hubiera pasado nada. “Estas personas sustituyen el “es” por el “será”, facilitando que lo irreal se imponga sobre lo actual”. No son conscientes de que existen límites infranqueables, además de los simples obstáculos. Se tranquilizan pensando que sus brillantes ideas no avanzan porque siempre están los reacios al cambio obstaculizando la marcha inexorable de la historia, cuyas leyes ellos asumen conocer.
El optimista escrupuloso, en cambio, asume riesgos “calculando el coste del error y evaluando el peor escenario posible. (…) Sus principios de actuación son dos: que son libres de actuar y que son ellos mismos los responsables del desenlace. De manera que evalúan cada situación que se plantea, establecen suposiciones realistas sobre los otros y se esfuerzan por cumplir con sus compromisos y pagar sus deudas”. Tiene paciencia y sabe que no hay soluciones totales que resuelven los problemas de un brochazo: poco a poco se va lejos y vamos juntos.
Con Scruton me siento a gusto, pues ya por temperamento huyo de toda intentona de reglamentación y control de corte apolíneo o platónico. Sólo en las emergencias, como las del coronavirus y semejantes emergencias, el orden planificado responde a los principios elementales del razonamiento práctico colectivo.
Pero los optimistas inescrupulosos no dejan de asestarnos golpes, de tal manera que, al menor descuido, sin emergencia por medio –cuando están en el poder- nos colocan “los planes de los burócratas y de los idealistas, que suponen que pueden regalarnos los oídos con objetivos colectivos y luego establecer los medios para conseguirlos. Es precisamente al considerar estos planes cuando una dosis de pesimismo es más necesaria, pues nos sirve para señalar que ningún plan puede funcionar demasiado tiempo…si la gente es libre para desobedecerlo, y que cualquier plan fracasará si su ejecución depende de la clase de información que el propio plan destruye”.
Somos libres, seámoslo siempre. Libres y responsables, pechando con las consecuencias de nuestras decisiones. Esto “supone dejar de vivir siguiendo esquemas y planes abstractos, dejar de culpar a los demás de nuestros errores y fracasos, dejar de pensar en nosotros como personajes imbuidos con alguna clase de inocencia angelical que sólo la corrupción de la sociedad nos impide desplegar y disfrutar. Implica una actitud cuidadosa con las instituciones, las costumbres y las soluciones consensuadas. Implica reconocer que es más fácil destruir que crear; y que estaremos más satisfechos de nuestra vida en la tierra si cuidamos del pequeño juez de instrucción que todos somos en el fondo”. Curiosamente, hay muchos ángeles caídos y jueces instructores caminando por ahí.