Había una vez un muchacho que era el último de la clase, se llamaba Iván, no estudiaba nada, ni ponía esfuerzo por entender las explicaciones de los profesores. Sus notas eran pésimas.
Todos los compañeros sabían de su poca capacidad, sin embargo Iván tenía amigos y se los ganaba porque su papá era millonario. Los chicos se fijaban en él porque tenía mucha plata, iba bien vestido y tenía un carro último modelo, con chofer. Iván era bastante generoso con los que le “soplaban” en los exámenes o le ayudaban a terminar sus trabajos escolares.
En su aula escolar había chicos de distinta procedencia, la mayoría de clase media alta. Iván se había rodeado de los listos que le podrían “soplar” y de otros “buena gente” que le echaban una mano en lo que hiciera falta.
Estas “amistades” cercanas estaban siempre pendientes de él, más por lo que podían recibir que de la ayuda que prestaban. Todo sucedía con normalidad como si no pasara absolutamente nada.
En la conciencia de los chicos estaba impresa esta realidad, y como no había ningún conflicto que les hiriera personalmente, la aceptaban tácitamente, guardando “lealmente” la discreción debida para conservar la “unidad” de todos los compañeros.
Los profesores conocían sobre el rendimiento de los alumnos y no se metían en lo que ellos hacían ocultamente. La vida seguía normal. Como era de esperar, muchas veces fallaba el “soplo” en los exámenes y entonces a Iván lo jalaban con notas muy bajas.
El papá de Iván se llamaba Jacinto. Tenía buenos negocios y bastante dinero. Sabía de las limitaciones y de la falta de disposición de su hijo para los estudios. No le gustaba que sacara bajas notas y que sea considerado de los últimos del salón, porque era un desprestigio para él y para su familia.
Jacinto de vez en cuando recriminaba a su hijo por el poco esfuerzo que ponía, pero al hacerlo con amargura, sus consejos no funcionaban. Iván en vez de acercarse se alejaba de él.
Jacinto no sabía qué hacer con su hijo. Al final tuvo que tomar la decisión de ir al colegio para que le permitieran contratar a un profesor que le de clases particulares en casa. Le dijeron que no era política del colegio que un profesor diese clases particulares a los alumnos de ese plantel. Jacinto insistió en su propósito ofreciendo un sustancioso donativo para el colegio y un buen sueldo para el profesor. Aceptaron la propuesta como una excepción.
Un profesor fue a la casa de Jacinto para darle clases de refuerzo a Iván.
Iván sabía lo que su papá había hecho y pensó que el profesor ya no lo podría jalar en los exámenes porque sería un desprestigio para él y la pérdida de su trabajo como profesor particular.
El profesor sabía perfectamente que el alumno no tenía ninguna disposición para aprender y optó por darle facilidades. Veían un problema, lo resolvían y al día siguiente tomaba ese mismo problema en clase y ponía nota. Así Iván podía aprobar raspando.
Sus compañeros pensaron que las enseñanzas del profesor estaban dando fruto. En cambio Iván sabía que no había mejorado en nada y que el profesor lo estaba “ayudando” para aprobar los exámenes. Por otro lado el profesor sabía que Jacinto quería que su hijo no quedara mal frente a los demás, por encima de todo. Poco le importaba si mejoraba o no.
Otro día Jacinto conversó con Iván y le dijo: “¿te das cuenta que todo se resuelve con plata? Si tú el día de mañana tienes plata, no tendrás problemas” Al chico le parecía evidente, por lo que estaba viviendo personalmente.
El profesor “aceitado” con el dinero recibido, estaba tranquilo y contento, total no era su hijo y ese papá había elegido educar a su hijo de esa manera. Él cumplía su misión como profesor enseñándole las lecciones en el colegio y en la casa. El aprendizaje dependía de la libertad del chico y de la educación de su familia. Si él recibía el dinero por lo que estaba haciendo podía quedarse tranquilo. En el futuro diría que él hizo todo lo posible.
Los compañeros de clase vivían en un ambiente permisivo donde los aprovechamientos estaban a la orden del día. Los que se acercaban a Iván buscaban lógicamente recibir beneficios, que en la etapa escolar eran golosinas, una invitación al cine o ir a tomar unos helados más ricos y más caros. Los otros compañeros que no estaban tan cercanos veían que la vida estaba llena de complicidades y preferencias. Algunos se reían y condescendían y otros guardaban resentimientos y celos. Nadie se atrevía a decir nada fuera de los propios ámbitos de los compañeros de aula.
El colegio celebraba el gran donativo que había recibido y tenían a Jacinto como un gran apoyo en la asociación de padres de familia para las decisiones que tomaran en beneficio del colegio y de todos los alumnos. Todo siguió normal hasta que los chicos salieron del colegio.
Pasaron unos cuantos años. Jacinto había contratado a más profesores del colegio para un negocio suyo. Se metieron en unos enredos y fueron demandados por malos manejos y fraudes. Las autoridades hacen investigaciones y empiezan a salir acusaciones de corrupción.
Por otro lado Iván y sus compañeros de colegio estaban, la mayoría, coludidos en distintos negocios, también ilícitos, ganando cuantiosas sumas de dinero. Como se conocían entre ellos se habían “ayudado” a blindarse. Tenían abogados bien pagados, compraron periodistas y eran amigos de autoridades con “rabo de paja”. Todos se ayudaban y formaron una gran “hermandad” para resistir a las acusaciones de los “malos” que eran los que conocían bien la verdad que ellos ocultaban.
Jacinto también apoyaba a su hijo y a sus compañeros implicados y ellos en agradecimiento correspondían ayudando a cubrir los negocios ilícitos de Jacinto. Armaron toda una organización.
Como tenían medios (bastante dinero) hicieron una propaganda millonaria para convencer a las grandes mayorías de la “rectitud” y “bondad” de sus intenciones. Consiguieron mandar a la cárcel a sus opositores echando leña a asuntos nimios y sembrando delitos por doquier. Todo lo hicieron con cuentazos y calumnias, y salieron airosos.
Las grandes mayorías fueron las que aprobaron su gestión y ellos pudieron hacer cómodamente sus grandes fechorías.
Recordemos que fueron las grandes mayorías, azuzadas por las autoridades, las que llevaron a Cristo a la Cruz. Hoy todo es igual. Los pecados de los hombres generan las grandes injusticias. Y colorín colorado este cuento no ha terminado.
¿No parece verdad este cuento? Si se encuentra un parecido con la realidad es pura coincidencia. (P. Manuel Tamayo)