El Perú está cambiando en todos sus estratos y segmentos –pero no por políticas o impulsos de gobierno- sino y sobretodo. porque en sus mentalidades tan dispersas y conflictivas, propias de su permanente negación y discriminación interna que todo lo niega o todo lo acepta, existe una exigencia múltiple, que es moral, familiar, comunitaria, económica, social, cultural, educativa, política.
Formar una estructura de poder o un grupo de presión, participar o no hacerlo, dejarse conducir o regir los propios destinos: esa es la decisión final. Hablamos en consecuencia, de un nuevo rostro social y político, que está tomando formas diferentes de aceptación e inclusión en un país que siendo suyo, parecía no pertenecerles y excluirlos para siempre. Vayamos a un ejemplo, la urbanización.
Al fenómeno tan detallado de los procesos de urbanización que sobreexplotó la antigua Lima residencial de los años 50 – 60, formando de las barriadas hacinadas los nacientes Pueblos Jóvenes, en una suerte de mezcla entre los limeños pobres acondicionados en corralones de un solo caño, o solares multifamiliares, con aquellos que comenzaban a invadir Lima desde las llamadas Provincias del Perú olvidado, emigrando en grupos de unidad geográfica –“paisanos”- que iban abriendo el camino para el siguiente hermano, primo, vecino o compadre, formando hileras de casitas de plásticos y cartones, luego maderas y esteras, hasta finalmente pasar a las sólidas bases de fierro y cemento desde donde crecerían los ladrillos para formar el primer piso de la tierra conquistada, se repitió este fenómeno social y cultural en cada Ciudad capital de departamento, destacando por la ola de migrantes, la ciudad de Lima, esa Roma de desencantos a la que todos los caminos llevan y por la que ningún caminante desearía volver a transitar.
Este cinturón de pobreza fue bautizado como los Pueblos Jóvenes luego bautizados como Asentamientos Humanos, dueños de los arenales o de campos de cultivo que se invadieron pacíficamente y se legitimaron con violencia y en muchos casos bajo la manipulación por afanes de lucro de dirigentes barriales, así como con intentos de capitalización de respaldo político por algunos partidos y grupos extremistas. Son emblemáticos los procesos de invasiones en los llamados Conos de Lima donde hoy en día, se asientan más de seis millones de habitantes que demuestran un poder económico imparable y una ausencia total de presencia política con liderazgo –más allá de participaciones múltiples, muy divididas y esparcidas- que terminan sirviendo a los reciclados dirigentes barriales en una suerte de traficantes perpetuos de terrenos que movilizan a la gente, según su agenda de poder o intereses allí sí, partidarios o ideológicos.
Tal vez en esa suerte de apetito de manejo de masas residió que durante muchos años fueron recibiendo ingentes recursos para una habilitación urbana desordenada y sin visión de integración con el entorno, construcción de escuelas sin diseños de servicios al estudiante como usuario y beneficiario de una infraestructura integrada hacia su permanente y secuencial formación y desarrollo, instalación de establecimientos de salud poco operativos – como construidos para cumplir con las metas cuantitativas del sector- y múltiples programas de ayuda social que destinaron sus mayores montos presupuestarios al pago de salarios y gastos improductivos.
Intenciones buenas se enfrentaron a realidades y exigencias de compensación por retorno de inversiones en campañas políticas.
Los llamados Pueblos Jóvenes (Favelas, Cordones de Miseria, Barrios Marginales, etc.) fueron “mercados electorales” más que desbordes populares y simbolizaron el resultado de una constante crisis popular y una mala costumbre asistencialista junto a la ausencia de planes de desarrollo urbano y expansión de vivienda para el progreso familiar.
Esa carencia de visión y planificación a 20, 30 y 40 años por lo menos, fabricó un embudo habitacional que explotó varias veces convirtiendo arenales, cerros y campos de cultivo en las nuevas urbanizaciones populares para los más pobres. Y de la mano con este proceso explosivo, los políticos vieron un prodigioso mercado cautivo por años, proponiendo los títulos de propiedad, asfaltado de calles, habilitación urbana, redes de agua y desagüe, electrificación y cuanta promesa gratuita significara aliento y afluencia política.
Mientras existía un soporte tributario sostenido por periodos presidenciales, necesidades emergentes de espacios habitables y el mínimo apoyo de algunos sectores en pocos gobiernos que no olvidaron su responsabilidad con los marginados, muy al margen de las ideas y posiciones que representaron, predominó sobre esa posible esperanza de administración racional de los ingresos, la característica manipulación de los recursos del Estado –en verdad recursos otorgados por los contribuyentes y las empresas a un Estado formado por generaciones de incompetencias y mediocridad- que trajo beneficios a grupos o personas relacionadas con las autoridades de los gobiernos y no con las poblaciones que debían ser las beneficiarias de un impulso para la autoayuda.
Con el paso del tiempo y muy al margen de esas costumbres administrativas del Estado, de esos Pueblos Jóvenes de los años 60 y 70 que se organizaron como en sus comunidades de procedencia –con trabajos comunales, rondas urbanas, comités de autogestión, violencia familiar y entre grupos de interés-, nacieron algunos distritos importantes que hoy en día albergan cerca de seis millones de personas solamente en Lima Metropolitana, constituyendo un frágil componente de capitalización de violencia, protesta y manipulación de derechos, que se repite cotidianamente en el resto del país.
Esos nuevos distritos y sus Urbanizaciones Populares o Asentamientos Humanos, algunos también llamados Marginales (nuevos nombres a viejas formas de conquista informal y violenta de propiedades públicas o privadas), han sido la fuerza de expresión de colectivos sociales que han pasado de la pobreza a una “nueva” Clase Media llamada emergente, con gran poder de creatividad y generación de empresas y negocios.
Sin embargo, no se trata de nuevas formas de una misma Clase Social, sino de lo variado y múltiple que es el ámbito de la Clase Media, el único sector que incorpora liderazgos, formas de crecimiento y sentimientos aspiracionales que se consolidan con el tiempo, sin distinguir procedencias.
Pero así como en el caso de Lima se ha estudiado la explosión social de la pobreza y su desarrollo urbano periférico a lo residencial, existió un olvido total en estudios referidos hacia la explosión social de la Clase Media sobre una base residencial tradicional que no soportaba esa “mezcla de nuevos rostros sobre lo limeñísimo” que se iba perdiendo secuencialmente.
La observación de los fenómenos sociales no miraba hacia adentro, sino hacia la periferia, perdiendo en suma todo sentido de análisis sobre el fenómeno social y económico que se iba incubando en la violenta y silenciosa sociedad peruana que en Lima, al hacerse perteneciente a Lima, cobra otra identidad de violencia y protesta, no nos confundamos.
Del círculo que formaba en los 50 – 60 la tranquilidad de las viejas casonas de Chorrillos, Barranco, Jesús María y Pueblo Libre, llegando desde Lince y partes de La Victoria hasta Magdalena Vieja y San Miguel, donde muchas familias de profesionales, empleados públicos y privados, educadores (hoy se les dice a todos maestros, y pocos dejan “escuela”) necesitaban movilizar a sus hijos, comienza un proceso de urbanización dirigido a ellos, naciendo siempre un emblemático lugar, a medio camino entre la parte límite de la Lima residencial y el extremo ubicado en esos años que se describen, en Monterrico, Pantanos de Villa, Chaclacayo y Chosica.
Zonas como San Borja, Santa Anita, Salamanca, San Luis, Santa Catalina, Chama, Vista Alegre, Matellini, Corpac, Maranga entre otras, pasan a convertirse en patrimonio de una Clase Media moderna, fruto del gran esfuerzo de cientos de miles de Peruanos que gracias a los créditos del Banco Central Hipotecario –entre otros ejemplos rescatables- permitieron a su vez, con el resultado de los pagos oportunos y la visión de desarrollo de mejores oportunidades en vivienda para más familias, la construcción de complejos habitacionales como la Residencial San Felipe y progresivamente Las Torres de San Borja, Las Torres de Limatambo y Ciudadela Santa Rosa en El Callao, que impulsaron también otros proyectos de capital privado, como en el caso de La Molina y Surco, donde las decenas de Urbanizaciones y Condominios se han multiplicado, siguiendo esa tendencia de ofrecer a miles de personas más, acceso a la propiedad en viviendas de precios cercanos a sus reales posibilidades, determinadas no sólo por sus ingresos, sino por sus egresos (Colegios, Universidades, Clubes).
Todos los hechos mencionados tienen como paradoja, los malos gobiernos que administraron nuestra Nación, en el más amplio sentido de la palabra porque las excepciones en algún campo de las administraciones no le restan los deméritos globales, lo que nos llevaría a pensar cuál hubiera sido nuestro actual desarrollo urbano, social, político, cultural y económico –tomando el caso de Lima-, si gobiernos honestos y con visión integral de un horizonte mínimo de progreso y modernidad, se hubiesen encargado de la gerencia y definición de responsabilidades desde el Estado como garante de servicios, generador de infraestructura y promotor de oportunidades y éxito.
A nadie debe escapársele esta pregunta y la reflexión consecuente: Si sólo hubiéramos logrado que personas honestas gobiernen el Perú, nuestro destino ¿Se encontraría tan a la deriva? ¿Dependería sólo de los esfuerzos ciudadanos o existiría un verdadero Estado? ¿Estaría tan alejada la esperanza de conocer nuevas formas de gobierno más representativo, más participativo y verdaderamente democrático?
Por cierto que no; porque el desarrollo de oportunidades se pudo haber reflejado con iniciativas populares de gobierno y representación de gentes valiosas, que pudieron estar incorporadas a expresiones políticas partidarias modernas y de alcance nacional.
Pero de eso, hablaremos cuando publique un extracto del ensayo “Desborde del Estado y crisis popular, la verdadera historia social del Perú”
Ilustración de la artista peruana Natalia Villanueva