El Papa Francisco es el vicario de Cristo para los católicos. También es la cabeza del pequeño Estado del Vaticano, líder espiritual y gobernante de millones de fieles en la Iglesia Católica.
Durante los días que estuvo entre nosotros en enero de 2018, avivó la fe del pueblo peruano, en su inmensa mayoría católico. Se reunió con las comunidades indígenas, con sacerdotes, religiosas, consagrados, jóvenes y adultos, autoridades políticas, periodistas… Mientras lo veía en los distintos escenarios iba juntando sus gestos, palabras, movimientos, consejos, reflexiones, improvisaciones a fin de dar con lo que en las organizaciones se denomina “el estilo directivo del gobernante”.
El estilo no es el qué, sino el “cómo lo hace”. Y así, hay directivos acartonados, acogedores, espantapájaros, laxos, amarrones, déspotas, simpáticos… El Papa Francisco, ¿Cómo lo hace? Veámoslo.
Salta a la vista –en palabras suyas- que es un directivo con olor a oveja. No es de los que esperan los informes del jefe de producción: número de ovejas, precio de mercado, ventas. Tiempo de escritorio, el necesario; pero no el tiempo más importante. Papeles, presupuestos, planeamientos, los indispensables; mas no lo esencial. Sabe que la realidad es más que la idea y que, por tanto, por más reconstrucción con obras ofrecidas, no significa que las obras se hagan por el sólo hecho de estén autorizadas en el papel.
El Papa Francisco es un directivo que sale de su reducto y busca a su gente, no espera que los problemas toquen a su puerta, va al encuentro de ellos. Camina pasillos, toma mate y conversa.
Otro rasgo conmovedor del Papa Francisco es su capacidad de abrazar al doliente. Es el directivo que, no sólo quiere el bien de cada uno de sus colaboradores, sino que se juega por ellos, les hace el bien.
El Santo Padre lo dijo claramente cuando se dirigió a los Obispos del Perú y mencionó cómo Santo Toribio de Mogrovejo pasó la mayor parte de su oficio como obispo visitando a sus fieles por toda la geografía peruana. Visitaba, personalmente, a sus sacerdotes para saber de primera mano cómo estaban. Nada de filtros, ni indicadores, sino encuentro personal para sopesar lo que los sistemas de información no pueden dar: la densidad o el vacío que anida en el corazón humano.
Las organizaciones verticales tuvieron su tiempo, ahora se estilan organizaciones chatas, horizontales, pero todavía hay directivos que no se han enterado que los protocolos, las formas –necesarias para dar prestancia- no deben impedir la sencillez en el trato.
Tener un cargo directivo no es estar más alto, sino más adentro de la organización. El Papa Francisco no es hombre de formalidades rígidas. Es austero, campechano, cercano, jovial: más apretones de manos y abrazos sinceros que alfombras rojas.
¿Hay algo que aprender? Bastante, me parece y, especialmente, los directivos de organizaciones cuya riqueza está en la calidez de las relaciones humanas. Desde luego, hay que dedicar atención a los despachos, a los indicadores de calidad; sin embargo, pienso que el mejor tiempo del directivo es el que dedica a su gente.