El lugar donde se definirá la competencia entre el capitalismo americano y el chino será en los países en vías de desarrollo, donde las instituciones existentes -ha sean privadas, comunitarias o estatales – no pueden afrontar la recesión generada por el Covid-19.
Los dos mil millones de personas que trabajan fuera de los sistemas financieros globales en la economía informal han sufrido una reducción del 60% de sus ingresos en el primer mes de la crisis, según una nota de prensa de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de las Naciones Unidas. Según Guy Ryder, Director General de la OIT, “millones de negocios en el mundo están casi sin respirar. No tienen ahorros o acceso al crédito.” Sin ayuda, “estas empresas simplemente perecerán”.
A diferencia de China, los Estados Unidos y otras naciones desarrolladas, estos países en vías de desarrollo no tienen capital ni instituciones generadoras de crédito que puedan generar fondos continuamente. Para financiar la guerra contra la recesión inducida por el virus, estos países solo pueden comerse sus reservas monetarias y endeudarse, opciones que pueden agotarse rápidamente. Tanto Thomas Jefferson como Karl Marx llamaron a esta forma de financiamiento como “capital ficticio” -dinero respaldado nada más que por la capacidad de un gobierno de gravar con impuestos a sus ciudadanos. Por el contrario, el capital real tiene que estar respaldado en la propiedad y producción, tal como ambos lo indicaron.
En la competencia entre el modelo chino y americano del capitalismo, los países en vías de desarrollo van a preferir aquel que les ofrezca no más deudas sino la oportunidad de crear capital basado en la propiedad. Y a pesar de que nadie se ha dado cuenta, la gente en el sector informal tiene los títulos de la mayor parte de la superficie de la tierra, como resultado de décadas de invasiones, migraciones, reformas agrarias y urbanas y conflictos sociales. Ellos controlan el acceso a la mayor parte de las reservas minerales, petrolíferas y gasíferas en el mundo. Sin embargo, se sienten frecuentemente explotados por las industrias extractivas y por eso usan sus títulos para bloquear el acceso a $150 billones de reservas probadas – cinco veces el producto bruto interno combinado de los Estados Unidos y China.
Pregunta: ¿Por qué estos informales, en vez de bloquear proyectos, no usan sus títulos para crear capital otorgándolos en garantía de inversiones o crédito para financiar sus propias operaciones mineras o negocios, o como credenciales que les permitirían negociar en igualdad de condiciones con las compañías de petróleo y gas?
Respuesta: Porque sus títulos no están enganchados a la cadena de certificaciones emitida por organizaciones de garantía, servicios de fideicomiso, empresas de seguro de títulos, emisores, suscriptores y otros agentes que los conectan con los mercados de capitales. Esta cadena tiene varios eslabones invisibles, espontáneamente creados a través de siglos de revolución industrial al punto tal que la sociedad americana los da por descontado, y sigue creyendo que la propiedad y las finanzas son campos distintos.
Sin embargo, eslabón por eslabón, estas certificaciones refuerzan y expanden los derechos contenidos en los títulos locales y les permiten realizar dos cosas: incluir las salvaguardas que requieren los mercados financieros para prevenir fraudes; y permitir a los titulares de la propiedad no solo ser dueños del valor de los recursos de sus recursos primarios sino apropiarse, a través de acciones de una parte del valor agregado que esos recursos producen cuando circulan y pueden ser combinados en mercados de gran escala.
Una vez que esta cadena de certificaciones es empaquetada en un legajo por el emisor de una inversión, este título puede ser aceptado en la ventanilla de entrada de un banco como garantía y acreditarse en sus libros contables como un activo y – voilà!- se convierte en capital. El banco puede, entonces, emitir dinero a través de su ventanilla de salida, registrándolo en sus libros como un pasivo, y ese dinero puede ser invertido para crear plusvalías.
La razón por la cual las empresas de la economía informal –pymes legales e ilegales, comunales y privadas— no crecen y seguirán pereciendo durante esta y la próxima pandemia es un monstruoso mito: que los documentos de propiedad comienzan y terminan en un mero título. La verdad es que, si esos documentos de propiedad no están encadenados a las certificaciones adicionales de la cadena invisible, la plusvalía que esa propiedad puede generar no se puede realizar.
El reto es cómo explicar este proceso a aquellos que poseen estos títulos. Lo que me ha funcionado en Perú es referirme a las plácidas aguas del lago Junín, en las alturas de los Andes, que genera gran parte de la energía para la industria peruana.
Le explico a la gente que el capital, como la energía, es un potencial abstracto que todos los recursos tienen. Para que este potencial se pueda realizar, tiene que ser transformado a través de una cadena de documentos: aquellos que certifican la energía potencial del agua midiendo su volumen y elevación, aquellos que certifican la cantidad de energía cinética que podría generar al final de su caída por gravedad, y los que certifican que turbinas y generadores son requeridos para transformar la energía cinética en electricidad controlable que, cuando llega a los hogares y negocios, vale miles de veces más que el valor del plácido lago Junín.
Luego les explico a mis compatriotas que todos los eslabones que componen la cadena invisible que crea capital existen en casi todos los países en desarrollo como resultado de los 30 años de convenciones internacionales, tratados de libre comercio, tratados bilaterales de inversión y legislación nacional que siguieron el colapso del comunismo económico. Durante esos años he tenido el privilegio de trabajar con jefes de estado en alrededor de 20 países, y así encontrar los eslabones olvidados y descubrir la ruta crítica que los une, para luego diseñar y “testear” un protocolo que le permitiría a una agencia con credibilidad internacional proveer las certificaciones que los ciudadanos de los países emergentes puedan añadir a sus títulos.
Cuando el Covid-19 golpeó la economía peruana a comienzos de mayo de este año, yo propuse un plan para implementar esta cadena de certificaciones para equiparar los títulos de tanto formales e informales y acabar con las discriminaciones que motivan el bloqueo de la extracción de reservas minerales con un valor potencial probado de $1 billón. Estas certificaciones podrían ser emitidas por bancos americanos, europeos o chinos y por instituciones de seguro de títulos como aquellas con las que he venido conversando durante los últimos dos años.
Siete federaciones mineras del Perú, que representan 400,000 familias, apoyaron mi plan y exhortaron públicamente al presidente para promoverlo. Publiqué varios resúmenes del plan en dos periódicos locales que fueron diseminados por un canal de televisión (Willax) y acogidos por múltiples redes sociales. El primer resumen recibió casi siete millones de visitas en mi página de Facebook en los dos primeros días y desde entonces hasta la fecha la acogida sigue igual.
Desde que apareció el COVID-19 ya no hay duda que los informales necesitan y quieren capital. Si para obtenerlo se inspirarán en el modelo chino o el americano dependerá de cuál de estos países se dé cuenta que ellos, los informales, heredaron la superficie de la tierra, sus calles y sus veredas y que, por tanto, van a favorecer al modelo que los ayude a usar su legado para crear capital en vez de destruirlo.
Hernando De Soto es autor de “El Misterio del Capital” y actualmente Candidato a la Presidencia de la República del Perú por “Avanza País”
** Título original del artículo publicado en el Wall Street Journal: “How to Beat China and Help the World’s Poor. A plan to unleash the power of ownership by formalizing capital in the informal economy”
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Originalmente publicado en www.wsj.com