Parecen páginas humorísticas, otras veces de reportes policiales, en otros momentos compiten con la farándula. Esa es la secuencia diaria que leemos, escuchamos o vemos en diversos medios de comunicación cuando se trata de la política y los políticos peruanos. Y aunque dicen que las excepciones confirman la regla, esta vez parece que esa regla se quebrará.
La culpa del drama cotidiano ha tenido siempre tres responsables. Primero, los artistas de la escena, los políticos o los que dicen serlo. Segundo, los medios o poniéndolos en el mismo plano que sus víctimas, los que dicen ser medios de comunicación. Tercero, los que con su voto los avalan por cinco años, o más.
Ahora, estos protagonistas políticos de la escena contemporánea, que salen haciendo declaraciones sobre diversos temas, en especial referidos a la casa que los acogió, a la bancada que los nominó para representarlos o a las instituciones que encabezan (es un decir eso de “instituciones”) se quedan mudos cuando dos o tres candidatos diferentes a lo tradicional, les marcan la cancha, ponen la agenda, dan ideas y propuestas.
Pasemos por ejemplo a la vereda de algunos mudos de vergüenza: los izquierdistas, que sólo viven para protestas, marchas, acusaciones, pedidos de vacancia que cuando van al voto, determinan que no los encontremos en el hemiciclo ni en ningún lado para que confirmen sus intenciones e iniciativas. Dan un paso adelante y dos hacia atrás. Hipocresía caviar. Y si les preguntas o pides alguna propuesta, se evaporan, explotan, se hacen humo con facilidad.
No conozco ningún proyecto de ley de trascendencia nacional que haya nacido de ellos. Tampoco algún aporte a la incorporación de lo informal a lo formal, ideas para aumentar las capacidades productivas de la gente, ni siquiera una propuesta para el desarrollo, la paz social o el progreso de las comunidades andinas o amazónicas, nada.
Y en veredas paralelas, los del gobierno de transición, esa suma de los que fueron de otros partidos y que juran ser primerizos, son ahora una especie de oposición interna, algo morada y oficialismo de conveniencia, como si tuvieran que estar preparados para huir, para fugar de toda responsabilidad.
¿Legislar? No saben legislar, ni los del gobierno, ni sus aliados que ahora resultan siendo casi todos. Y los pocos congresistas opositores que impulsan o presentan incitativas parlamentarias importantes, viven como ahorcados por la cantidad de sucesos que ocurren y la poca prioridad que los medios les dan a sus ideas.
Algunos dicen que no nos quejemos de los políticos que tenemos, porque reflejan a la sociedad. Me resisto a limitar mi malestar y me quejo ahora, como ayer y seguramente mañana, porque es mi deber ciudadano. No se trata de un partido, hablamos del Perú; y el Perú no merece esos rostros de siempre, peor esas voces de retroceso, ignorancia y resentimiento.
Construir un buen partido político o una alternativa popular de gobierno nacional requiere conductores que no sean protagonistas electorales, sino dirigentes, líderes, empresarios, maestros, administradores y gestores de organizaciones que incorporen gentes que destaquen, no que acumulen sentencias o escándalos.
Esa es la gran tarea de toda la vida, estructura política, dirigentes y equipos con una agenda diaria de trabajo y un seguimiento de las políticas públicas para generar iniciativas que se reperfilen constantemente y también, canales democráticos para que los mejores y más capacitados lleguen a ser representantes como autoridades electas o designadas.
Selección de lo mejor, eso es apuntar a la democracia y fortalecerla. ¿Será posible? ¿Ya no se equivocarán los electores?