El ser humano, unidad sustancial de cuerpo y espíritu, expresa su condición en las dimensiones cognitivas, volitivas y afectivas que lo definen. Es decir, inteligencia, voluntad y corazón configuran el cuadro de nuestra vida. Atendiendo a las ideas de Dietrich Von Hildebrand en “Las formas espirituales de la afectividad” (Encuentro, 2016) quisiera rozar siquiera los perfiles espirituales de los sentimientos, cuya expresión más honda anida en el corazón.
“Existen efectivamente, dice Von Hildebrand, distintos tipos de sentimientos que dependen esencialmente del cuerpo, pero esto no vale en modo alguno para las respuestas afectivas al valor; no vale para el arrepentimiento, para una alegría noble, ni para el amor o el respeto”. Sí, no todo sentimiento se agota en el cuerpo. Un dolor por una torcedura en la muñeca es de distinta naturaleza al dolor que nos ocasiona la enfermedad de un amigo o familiar. Con la alegría otro tanto: una es la que responde al gozo del postre preferido y otra es la que celebra el logro alcanzado por el hijo.
Tantas veces hemos oído, al recibir un presente, que se nos dice: “es una pequeñez, pero está hecho con mucho cariño”. Pedimos un favor y, si nos lo hacen de mala gana, nos disgusta e incomoda. No basta con hacer cosas por otro, esperamos más. Un plato de comida nos satisface y sacia el hambre. Ese mismo plato servido por mamá o por Julieta y en su compañía, nos llena el alma. “El hombre que ve a su prójimo en gran necesidad y no solo le ayuda con hechos, sino que además le trata con profunda compasión, -señala el autor- con amor, tomándose un verdadero interés en él, es sin duda moralmente más noble que el que le ayuda, pero cuyo corazón permanece indiferente y frío al hacerlo. Sí, el peculiar e insustituible regalo para el otro que el amor significa no puede contrapesarlo ningún hecho, ningún beneficio”.
Ponerle corazón a las cosas que hacemos por nuestro prójimo requiere una gran finura de espíritu. Quizá el poema, la canción no salen tan bien, pero cómo gozamos con la muestra de cariño que resuma en los versos o en las notas musicales del canto. El esmero puesto y el corazón agradecido pasan por alto los errores de interpretación.
Sentimientos espirituales los hay muchos, son respuestas que nacen del centro del corazón hacia valores que percibimos, buenos en sí mismos y con diversas tonalidades: la nobleza de una acción, un acto de humildad, el dolor ante el sufrimiento del prójimo, la recuperación de la salud corporal o espiritual del amigo, el don de la amistad. Sentimientos, unas veces gozosos ante el nacimiento de un bebé o desgarradores ante la muerte de un ser querido. El libro de C. S. Lewis “Una pena en observación” da cuenta de esto último.
Afectividad espiritual que no quiere decir desencarnada: quererte con toda el alma, no es renunciar a verte y tenerte a mi lado. Es un amor espiritual que requiere del cuerpo: esta galleta, esta taza de café, esta copa de vino son una delicia al paladar y un gozo del alma a la distancia de un abrazo. Por eso, también, aunque sabiéndote aquí o en el Cielo, me duela tu ausencia. Dice Von Hildebrand que la felicidad para que sea real, no sólo ha de ser pensada y querida, sino también sentida. Cierto, sentida en su variedad cromática, propias del claroscuro de la vida.