Según los datos recogidos por la Agencia Fides, en 2018 fueron asesinados 40 misioneros: 35 sacerdotes, 1 seminarista y 4 laicos. En África han sido asesinados 19 sacerdotes, 1 seminarista y 1 laica (21); en América han sido asesinados 12 sacerdotes y 3 laicos (15); en Asia han sido asesinados 3 sacerdotes (3) y en Europa ha sido asesinado 1 sacerdote (1).
Cuando usamos la palabra “misionero” refiriéndonos a los bautizados, lo hacemos conscientes de que “en virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero. Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador” (EG 120).
Por lo demás, la lista anual de Fides desde hace ya tiempo, no se refiere sólo de los misioneros ‘ad gentes’ en sentido estricto, sino a todos los bautizados comprometidos en la vida de la Iglesia, asesinados de forma violenta, no necesariamente “por odio a la fe”.
Este año también han sido asesinados muchos durante intentos de secuestro o robo, realizados con gran ferocidad, en contextos de pobreza económica y cultural, de degrado moral y ambiental, donde la violencia y el desprecio por la vida misma son casi lo habitual, donde la autoridad del estado no está presente o se ha visto debilitada por la corrupción y los compromisos, o donde la religión es instrumentalizada para otros fines.
En todas las latitudes del mundo, los sacerdotes, las religiosas y los laicos comparten la vida cotidiana de la gente común, llevando consigo su testimonio evangélico de amor y de servicio hacia todos, como signo de esperanza y de paz, tratando de aliviar el sufrimiento de los más débiles y alzando la voz en defensa de sus derechos pisoteados, denunciando la maldad y la injusticia, llegando incluso a permanecer en sus puestos, por fidelidad a su compromiso, a pesar de los peligros, ante situaciones de gran riesgo para su propia seguridad y de la advertencia de las autoridades civiles o de sus superiores.