La sensación, la impresión de estar en medio de bandas criminales que gozan de impunidad porque ellas mismas son las que ordenan las leyes, juzgan, sentencian y perdonan, nos ahorca tanto que no sabemos si ajustarnos nosotros mismos la cuerda, porque es más digno morir en mano propia, que por decisión de estas mafias que fabrican su indefendible legalidad.
Y del otro lado de la orilla, una prensa que no reacciona para ponerse al lado de los ciudadanos, sino priorizando sus bolsillos, llena un cuadro de decepción general. Y además, sigue impunemente el chuponeo, con una base oscura también, protegida también, dirigida también.
Un país sin rumbo, herido constantemente en sus esperanzas e ilusiones, que ha contagiado esa carencia de rumbo a otros poderes del estado e instituciones de la sociedad, configura un panorama decepcionante, claudicante, hundido en la miseria moral más grande de nuestra historia.
Luchar contra la corrupción no es un mérito, sino una obligación…. pero para quien grita todos los días, es sólo eso, palabras, porque resultados tangibles, ninguno.
A pesar que construimos orgullo sobre la comida, la música, el deporte o la grandeza de un pasado multicultural, a pesar que tenemos tantas oportunidades y singulares alegrías, navegamos en un océano de maldad dominado por unos, sobre muchos.
He aquí el gran camino, el encuentro de liderazgos que están ocultos, en silencio, apagados, esperando el momento que ya está pasando y sobre el cual se pueden levantar los extremos, y he allí el otro gran problema, que a falta de liderazgos potentes, fuertes, valerosos, caigamos en la manos de otros cobardes que usen la democracia para lo mismo que los corruptos.
Y entonces también diremos…a qué palo nos arrimamos, o qué palo incendiamos.