“Por qué dar la vida a un mortal” (Rialp, 2020) es el título de la nueva publicación del filósofo Fabrice Hadjadj. Un libro lleno de optimismo humano y sobrenatural, anclado en la tierra y en el cielo. No sólo afirma que es bueno vivir, sino que es muy bueno vivir la aventura de la natalidad.
Una vida recibida y abierta a una vida superior a mí mismo, “asumiendo el cuidado de los vivos, aunque su pronóstico no parezca bueno; dispuestos a construirles un arca, aunque los animales estén destinados al diluvio, igual que en la historia de Noé; o, aunque un niño esté destinado a morir ahogado en el Nilo, dejarle nacer y abrir un camino en el mar, como en la historia de Moisés”.
El enfoque del autor es esperanzador. Vale la pena ser, vivir y preservar la condición humana, cuidando el alma y colaborando en el desarrollo de la persona para que crezca y de fruto. Vale la pena vivir, hoy, ahora, en medio de los obstáculos que nos hacen sentir la dependencia y vulnerabilidad de nuestra naturaleza. Vivir a la altura de nuestro puesto en el cosmos como seres humanos en interacción fecunda con todo nuestro entorno ecológico.
Desde esta perspectiva, el transhumanismo, la tecnología de los cyborg o los nacimientos perfectos de “Un mundo feliz”, desconocen la verdad más honda de la originalidad humana: somos criaturas amadas por Dios desde la eternidad.
“La fe -dice Hadjadj- en la vida eterna abre un camino en medio del mar de la muerte. Nos recuerda que no parimos para este mundo pasajero, sino “para completar el número de los elegidos para el cielo”. La fe permite que acojamos la vida también en caso de que al universo no le quedasen más que unas horas”. Sí, al encarnarse el Hijo de Dios, nos abre a los seres humanos los caminos divinos de la tierra. Pero, no sólo eso; antes, incluso, con su Encarnación nos recuerda que hemos de seguir siendo ser seres humanos. Sin visión sobrenatural, perdemos con facilidad la claridad para reconocernos y aceptarnos, libremente, en nuestra condición humana.
Ni sobrevivir ni solo vivir, se trata de vivir bien. La vida reclama un argumento, un sentido claro de misión. Sostiene Hadjadj que “si la única cuestión es conservarse, ¿por qué no nos convertimos en piedras? Más aún: si no tenemos nada por lo que dar la vida, esta se bloquea, se repliega sobre sí misma… Sin una misión radical, sin una vocación sobre una llamada que no viene de este mundo y que confiere a las cosas un valor eterno, el disgusto hacia la vida no deja de infiltrarse entre nuestras carcajadas promocionales y en nuestras diversiones espectaculares”.
Sin misión nos encojemos, sin afán de servicio, nos convertimos en avaros: un afán desmedido por tener cosas y logros a expensas del prójimo. El afán de servicio nos lleva, en cambio, por el camino de la donación y la comunión, actitudes frontales que dotan de sentido a la vida.
Vale la pena vivir y permanecer activamente en la aventura de dar cumplimiento cabal de nuestra misión. El mensaje cristiano de la caridad ayuda a encontrar salidas al, a veces, agobiante laberinto social que nos rodea.
Estos tiempos de pandemia han acercado mucho el cielo y la tierra. Todo suma: las mascarillas, el oxígeno, el agua bendita y las Avemarías. Junto a los cuidados médicos están los cuidados espirituales, ante el miedo de la enfermedad y la muerte están los consuelos humanos y divinos. La ciencia hace lo suyo y las cadenas de oración, también.
El sentido trascendente de la vida enaltece nuestra condición humana.