En la provincia de Bamiyán, por la que en tiempos discurrió la Ruta de la Seda y en la que se alzaban las enormes estatuas pétreas de Buda, se acababa de encontrar el cuerpo desnudo de una mujer. Había sido violada y torturada hasta la muerte.
Su cadáver deshonrosamente descubierto tenía que aterrorizar a otras mujeres y servir de advertencia sobre lo que se les puede hacer por el mero hecho de serlo.
La mujer que me contó esta atrocidad vive escondida, igual que otras tantas, centenares de mujeres cultas y amenazadas. Viven en un estado de terror permanente.
El otro día, una de ellas tuvo una urgencia sanitaria. Así que se arriesgó a salir para ver a su médico. Se informó de que los talibanes le propinaron una paliza, pero afortunadamente no la mataron.
Una madre me dice que sus hijos “jamás han visto un comportamiento tan bárbaro. Continuamente nos preguntan qué hemos hecho para tener que vivir escondidos. Están profundamente perturbados. Y no tengo buenas respuestas que ofrecerles”.
Hay más, mucho más. Hace dos semanas un joven fue letalmente disparado en Badajstán por escuchar música. A finales de octubre, los talibanes mataron a tres personas por tocar en una boda. Sabemos que familias empobrecidas y hambrientas están vendiendo a sus hijas de 9 años para tener con qué alimentarse; y me han dicho que hay criminales que ofrecen dinero por órganos humanos.
Distrito tras distrito, casa por casa, los talibanes van en busca de activistas por los derechos de las mujeres. Súbitamente, una mujer –una amiga, una compañera, una vecina– desaparece y jamás se la vuelve a ver.
¿De verdad piensan EEUU y el presidente Joe Biden que se puede negociar con los talibanes? Frente a la prevaleciente idea woke de que EEUU tiene la culpa por todo el sufrimiento humano (yo no lo creo), ¿cuáles son nuestras responsabilidades para con el alivio de ese sufrimiento, aun cuando no lo hayamos causado?
A la gente le avergonzó la manera en que EEUU abandonó Afganistán el pasado agosto. También hay quien sostiene que jamás debimos prometer algo que no podíamos cumplir, como la occidentalización o modernización de un país musulmán tan tribal, corrupto y religioso.
Sea como fuere, la pregunta fundamental es: ¿tenían que salir del país las fuerzas norteamericanas y del resto de Occidente?
El escritor Bing West, ex subsecretario de Defensa y exmarine que prestó servicio en Afganistán, tiene algo que decir. Según West, los expertos militares advirtieron a ambos presidentes, Trump y Biden: “No lo haga. Señor, no se retire”.
Pero no se les escuchó.
West es crítico con la decisión de permanecer en el país durante veinte años y describe al Talibán como “un cáncer para Afganistán, pero no un flagelo global como podría ser el ISIS”. También critica a las Administraciones que fueron demasiado “ignorantes sobre el islam”: “Subestimamos la influencia de los mulás hasta en las aldeas más pequeñas”.
Son muchos los documentalistas y antiguos soldados que dan cuenta del lado oscuro de la vida en Afganistán. El documental de Ben Anderson This is What Winning Looks Like (“Así luce la victoria”) es harto elocuente; en él, Anderson muestra el inconcebible nivel de corrupción, del más variado signo, imperante en el país.
Ahora bien, West cree que, una vez allí, no tendríamos que haber salido:
Libramos sin pestañear una guerra fría contra la Rusia soviética, durante mucho tiempo. Después de abandonar un campo de batalla no viene nada bueno. [Haberlo hecho] nos perseguirá. ¿Por qué retirarse, después de todo? Con (…) tropas de la OTAN, la UE, Canadá y EEUU, podríamos haber seguido combatiéndolos indefinidamente, y conservado los aeródromos a un bajo coste (…) Los talibanes jamás habrían podido hacerse con el control.
Tiene razón.
Mi equipo de ciber-Dunkirkers feministas está teniendo el privilegio de relacionarse con esas guerreras/víctimas potenciales en la guerra contra las mujeres que libran el Talibán y otros grupos terroristas islámicos.
Estamos evacuando hacia Occidente a esas mujeres, pero el tiempo se agota. Los Gobiernos de Qatar y Emiratos no aceptarán más refugiados afganos hasta que se traslade a los que ya están acogiendo. Y no piensan darles permisos de residencia ni concederles la ciudadanía. Los países occidentales ya han llegado a su cuota, y muchos no quieren acoger a uno solo.
El problema no tiene tanto que ver con las afganas instruidas como con los hombres que las acompañan (sin los cuales muchas mujeres no saldrán).
¿Que por qué estoy entregada a la evacuación de las mujeres afganas? Pues porque una vez, hace mucho tiempo, estuve retenida en Kabul contra mi voluntad. He escrito sobre ello muchas veces. Quizá me esté rescatando a mí misma una y otra vez. Pero ¿acaso no es ese un valor determinante del Occidente judeocristiano?
No estoy de acuerdo con Bing West en que no podíamos y de hecho no cumplimos con nuestra misión. Dos o tres generaciones de mujeres y niñas afganas lograron prosperar; pero para ello se requirieron botas sobre el terreno. ¿Mereció la vida de un solo marine norteamericano?
Decida usted. Yo no puedo.
© Versión original (en inglés): The Algemeiner, Por Phyllis Chesler, Autora de libros como The New Antisemitism y An American Bride in Kabul.
© Versión en español: Revista El Medio
Fotografía referencial en redes sociales “Una familia corre por una calle polvorienta en Herat, en Afganistán” Fraidoon Poya/ UNAMA