En 1960 estaba en 5to de primaria y pertenecía al grupo de Lobatos Lima 1 del Colegio de los SS,CC, Recoleta, tenía 12 años de edad.
A los Lobatos entré cuando tenía 9 y allí aprendí a ser servicial, nos pedían hacer una buena acción cada día y nos esforzábamos en conseguirlo. Nos llevaban a visitar a los niños enfermos del hospital San Juan de Dios y les llevábamos golosinas, también fuimos en distintas ocasiones a Reynoso, población cercana al Callao que estaba a pocos metros del río, para hacer labor social.
Me incentivaron mucho para ser generoso con las personas afectadas por alguna limitación. El simple hecho de ir a esos lugares nos ayudaba mucho a ser personas que se preocuparan por los demás. Siempre queríamos ir para ayudar.
Cuando pasé a los Boys Scouts el año 1961 ya estaba bastante motivado para querer ayudar a los demás. Alternábamos nuestros programas de ayuda con los campamentos que hacíamos fuera de Lima. Allí nos instruían en la cocina, desde preparar un menú e ir a comprar los alimentos hasta construir nuestras propias cocinas con barro y adobe. Manejábamos bien la lampa y el pico y luego teníamos que ir a buscar la leña y encender el fuego.
Los jefes revisaban y ponían puntajes. Primero la carpa, debía estar bien recogida y ventilada, después la ropa ordenada junto a las frazadas. Nos revisaban si estábamos correctamente vestidos, si teníamos limpias las rodillas, las manos y las uñas, si estábamos bien peinados.
Luego revisaban las ollas y todos los utensilios que habíamos utilizado para preparar la comida, si los platos, vasos y cubiertos estaban limpios y ordenados. Todo puntuaba. Probaban la comida que habíamos preparado y le ponían una nota.
Por la tarde construíamos algo: una mesa, un puente, un horno y también puntuaba; por la noche terminábamos la jornada alrededor de una gran fogata, con canciones, números cómicos y juegos. Todos los chicos disfrutábamos mucho en esos campamentos de instrucción y formación.
En los campamentos, cada día, el sacerdote celebraba la Santa Misa y predicaba una homilía.
Puntuaba también la puntualidad. Al toque de un silbato teníamos que salir corriendo de la carpa a la hora de levantarnos para formar delante de la bandera y rezar las primeras oraciones de la mañana. Todos cumplían con lo establecido y nadie protestaba. Nos encantaba estar allí.
Las generaciones actuales
Cuando hoy contemplo a los jóvenes veo muchas carencias: los niños que lo tienen todo son como unos príncipes exigentes y engreídos, y los otros, que no tienen una familia estable, y son pobres, con qué facilidad caen en el pandillaje y en la delincuencia.
Aunque hay excepciones y gente maravillosa, da mucha pena ver a miles de jóvenes en situaciones de egoísmo exacerbado, o de una sensibilidad enfermiza y algunos con una pobreza moral preocupante que ¡clama al Cielo!
Es entonces cuando pienso que he sido afortunado por haber pertenecido en mi niñez y adolescencia a una manada de Lobatos y a una tropa Scout, con gente muy buena, que pusieron los cimientos para lo que más tarde, y dentro de la misma década, me encontraría. Como quisiera que hoy existiera algo parecido para que los niños y adolescentes puedan tener una sana y buena formación que les haga sensatos y buenos en la vida.
Mi encuentro con San Josemaría
Al terminar segundo de media, durante las vacaciones, un amigo del colegio, que también era Boys Scout como yo, me invitó, por primera vez, a una casa del Opus Dei. Tenía yo 14 años. Al poco tiempo, cuando cumplí los 15, ya estaba totalmente involucrado con lo que San Josemaría predicaba por todas partes: ser santo en medio del mundo.
Mi crisis de adolescente fue mi propia vocación: la certeza de que Dios me llamaba para ser numerario del Opus Dei. Al poco tiempo dentro de la misma década, de los gloriosos años 60, conocí en Roma a San Josemaría Escrivá. Parecía que me estaba esperando.
Este año 2023 cumplo 60 años en el Opus Dei y el próximo año 2024 cumpliré 50 años de sacerdote. ¡Gracias a Dios y a la Virgen que me protegieron siempre!