La desinformación es uno de los principales problemas de la sociedad actual. Es cierto, como muchos dicen, que siempre ha habido bulos, mentiras, pero hace décadas (y siglos) no existían las redes sociales como TikTok ni los sistemas de mensajería instantánea como Whatsapp.
Esos sistemas online, con gran penetración social, son un vehículo veloz, un Fórmula 1 que propaga los bulos de forma global. A eso se unen factores psicológicos como son el sesgo de confirmación (la tendencia que tenemos a buscar o recordar informaciones afines a nuestras creencias) o la exposición selectiva (consumimos contenidos que provienen de personas o medios afines a nuestra ideología), tal y como han demostrado diferentes investigadores.
¿Y a los medios de comunicación no les preocupa la desinformación? Sí. Muchos de ellos están apostando por la transparencia para recuperar la confianza perdida del público, que nunca tuvo tantos contenidos a su alcance para consumir. Por ejemplo, hace unos meses The New York Times cambió la data de sus contenidos web. Desde entonces, los periodistas pueden indicar que han presenciado los hechos que han cubierto in situ con expresiones como “Reporting from Roma”, lo que les brinda credibilidad.
Desconfianza hacia los medios
Pese a ello, buena parte de la sociedad no confía en las noticias. Según la última edición del Digital News Report, que publica cada año el Instituto Reuters y que analiza las opiniones de ciudadanos de 47 países de todo el mundo, solo cuatro de cada diez personas muestran confianza en las noticias. En este contexto de desconfianza hacia los medios, que lleva años sucediendo, los verificadores (o plataformas de fact-checking) tienen un papel destacado en la guerra contra la desinformación.
Estas iniciativas, como Maldita, Newtral, Verificat, Infoveritas o Chequeado (Argentina) trabajan desde hace años para frenar la propagación de las mentiras. Según han apuntado varios estudios, 2016 fue un punto de inflexión por la influencia que tuvieron distintas campañas de desinformación tanto en los resultados de las elecciones presidenciales de Estados Unidos como en el referéndum del Brexit en el Reino Unido. Desde entonces, el número de verificadores se ha multiplicado, aunque su crecimiento se ha estancado en los últimos años.
¿Qué necesitan los verificadores?
Para que los verificadores puedan hacer su trabajo diario de fact-checking, que consiste en demostrar con objetividad y método si un contenido es verdadero o falso y publicar el resultado, necesitan a dos actores fundamentales: las fuentes de información, que desmienten los bulos, y la audiencia, que recibe sus verificaciones. ¿Qué relaciones mantienen con ambos? Esa fue la pregunta clave que tratamos de responder hace unos meses en un estudio que se acaba de publicar en la revista Index Comunicación. El trabajo forma parte de FACCTMedia, un proyecto de investigación de siete universidades españolas en el que llevamos trabajando más de cuatro años.
Decidimos estudiar solo a los verificadores independientes (que no pertenecen a ningún medio de comunicación) porque vimos que sobre ellos no se habían publicado estudios focalizados en sus fuentes y audiencias.
Al perseguir un objetivo amplio, utilizamos una metodología mixta: por una parte, analizamos las páginas web de 18 verificadores independientes de 18 países de Europa y América: Bolivia Verifica, Chequeado, ColombiaCheck, Demagog, Ecuador Chequea, Ellinika Hoaxes, Factual, FHJ Factory, Full Fact, Les Surligneurs, Lupa, Mala Espina, Maldita, Nelez, Pagella Política, Polígrafo, PolitiFact y Tjekdet. Nos fijamos en los canales de comunicación que mantenían con su audiencia y también en las acciones de alfabetización mediática publicitadas.
Además, entrevistamos a seis editores/as o periodistas de seis de las plataformas analizadas: Bolivia Verifica, Mala Espina, Maldita, Polígrafo, PolitiFact y TjekDet. En las entrevistas les preguntamos sobre su relación con las fuentes y con la audiencia.
Fuentes de información
Los verificadores utilizan principalmente fuentes oficiales en su trabajo, seguidas de las fuentes expertas. Verifican hechos o datos, nunca opiniones, por lo que son estas fuentes las que mejor les ayudan en esta tarea. Confían tanto en los expertos que, en algunos casos, les envían la verificación antes de publicarla para evitar cometer errores. En este sentido, en Bolivia Verifica señalaban que sienten mucha presión en no equivocarse, más elevada que la que reciben los medios de comunicación.
Audiencia
La confianza también es clave en la relación que mantienen estas plataformas con su audiencia. Buena parte de los contenidos que verifican provienen de ella a través de redes sociales, Whatsapp y herramientas similares. Además, verificadores como Maldita van más allá hasta convertir a parte de su comunidad (la que es experta en alguna disciplina y desea hacerlo) en sus fuentes expertas.
En cuanto a la alfabetización mediática, que son acciones formativas que enseñan a la sociedad a detectar contenidos falsos, la mayoría de los verificadores las llevan a cabo, pero no todos las publicitan en sus páginas web, que están focalizadas en su labor de verificación. Reconocen que existe una gran demanda de este tipo de formaciones, que suelen contar con financiación pública o privada. Según los expertos, la educación es clave para acabar con la desinformación.
En síntesis, observamos cómo los verificadores dependen de las fuentes oficiales y expertas en su trabajo. Aunque ambas garantizan la fiabilidad de la información, ralentizan su trabajo.
Una investigación sobre contenidos verificados por Newtral mostró que las fuentes gubernamentales tienen una mediana de tiempo de consulta de 14 252 minutos (casi diez días) y las expertas, de 10 563 minutos (más de siete días). Por tanto, son fuentes fiables, pero lentas.
En cuanto a la audiencia, que los verificadores le den tanta importancia a lo largo de todo el proceso de verificación, desde la detección de los bulos hasta la difusión de los desmentidos, es algo muy positivo, pues aumenta su confianza, esa que están intentando recuperar a toda costa los medios de comunicación tradicionales.
Nota de Redacción: el presente artículo es de autoría de Profesora de Periodismo, Universidad Complutense de Madrid, España. Se publicó originalmente en www.theconversation.com