El odio político y el odio a la humanidad en su conjunto, se han convertido en el patrimonio e identidad de las izquierdas (o simplemente, la izquierda) que en sus afanes y disfuerzos de toma del poder, al precio que sea y como sea, usan una mezcla de resentimiento y cólera hacia el éxito ajeno y la felicidad, como si fuera un combustible de sus iras y venganzas por la “discriminación” que sufren frente a los que trabajan y se esfuerzan día a día sin robar, sin mentir y sin matar a otros.
Lo que viene ocurriendo en el país es muy preciso: la izquierda en sus ramificaciones y divisiones, no puede más consigo mismo y a falta de líderes, discurso y programa, se ha dispuesto en alquiler a los medios de igual tendencia y a las hordas de similar conducta, para agitar más las calles y hacer que los muertos sean el incentivo de mayor militancia, como si a más cadáveres, se pudieran reproducir los votos que jamás tienen.
Dicen “que los jóvenes salgan”, “que los estudiantes protesten”, “que los provincianos vengan a Lima”. Pero además añaden: “incendien como en Chile”, “quemen, arrasen”.
Los fracasados de la izquierda están desesperados, angustiados, poseídos de la maldad que les desean a otros. Piden muertes, exigen sangre ajena, promueven el empujar a otros mientras se divierten escribiendo sandeces desde sus lujosas residencias y cafés de pituquería ramplona y cobarde. “Vayan estudiantes, que nosotros los progres y caviares les apoyamos, aún si mueren” (parece ser el deseo de la izquierda necrofílica, que hace una semana atrás le rogaba a Vizcarra que los represente y que él, el Lagarto, encabece esta asonada).
Pero además, más. Los ancianos y regordetes guionistas de siempre (roba guiones de estudiantes en realidad), piden y gimen por incendiar el ambiente y lo que se pueda usar como símbolo de protesta, a razón de no tener de qué hablar. Un día acusan racismo, mientras menosprecian a todos los izquierdistas andinos; al otro día gritan por violaciones a niñas, que las hacen sus pares del sindicato magisterial de la perfidia y la perversión, cuyo líder –el burro- fue “su” presidente, como Dina lo es ahora, “su” presidenta. Ya no saben qué decir o inventar, no se dan cuenta que a cada aullido crece el rechazo a ellos (a ellas y a elles).
El Perú, miserables izquierdistas del odio, no les cree, no los reconoce como patriotas, no los quiere ver más en la escena política, ni en el cine, ni en nada desde donde hagan daño al país.
Hoy en día, el 87% de peruanos rechaza a todas las izquierdas*, el 9% no opina a favor, ni en contra y soló el resto que queda, es su magra sombra, su realidad en extinción.