En el Perú no tenemos Cardenal vigente que sea verdadero representante del pueblo católico, sino que contamos con un Cardenal Emérito, Don Juan Luis Cipriani, enviado a cumplir funciones en el exterior y, tenemos un cardenal en demérito, Pedro Barreto, cuyo mandato ha superado el tiempo de su permanencia y hasta ahora el Santo Padre no se anima a dar el anuncio de su reemplazo. Es decir, en el Perú se encuentran vacantes dos plazas para Cardenales activos, pero Roma se resiste en nombrar al Cardenal de Lima y se obsesiona en mantener a un elemento divergente, conflictivo y agresivo (como el señor Barreto en Huancayo), alguien que hace de la soberbia una práctica repulsiva de cara a la realidad.
¿No tenemos Sacerdotes honestos, ejemplares, de convocatoria, que han hecho de sus vidas la defensa de la Vida? Claro que sí, pero son esquivados, alejados, enviados al silencio y castigados por su labor evangélica y apostólica al no ser del agrado, o al ser las luces sobre las sombras del mal que representan Barreto, Castillo –el arzobispo que nadie conoce- y sus allegados de la ronda del odio en la propia Iglesia.
Duele señalarlo públicamente, duele expresar estas opiniones, pero hay que decirlo porque la Iglesia Católica no merece a estos señores de la ira y la envidia haciendo de nuestra Iglesia un feudo de costumbres repudiables, de órdenes que generan rechazos e indignación, de palabras de odio que se presentan en el nuevo púlpito de la política militante, esa que respalda al gobierno de las izquierdas extremistas que tanto daño le están haciendo al país.
Si Barreto, Castillo -el arzobispo- y sus tropas quieren hacer política, que se quiten la sotana sagrada y vayan a cumplir sus ambiciones terrenales, nadie se los va a impedir. Si Barreto, Castillo -el desconocido vestido de arzobispo- y sus complicados socios quieren unirse a Bermejo, Cerrón, Bellido y tantos innombrables comunistas que pululan en el poder, que lo hagan, pero que no manchen el verbo divino ni el mensaje de nuestra Fe.
Es urgente por ello, renovar la dirección de la Iglesia peruana y en ese sentido la Conferencia Episcopal debería proceder a demostrar que los canales de comunicación y liderazgo no pueden representarlos políticos con sotana.
Una Iglesia de tanta pasión y entrega, no necesita fariseos en sus templos, ni en las calles, ni en su nombre haciendo acuerdos políticos para su goce y ruina moral.