Los Estados Unidos, Canadá y Europa están con las patas hacia arriba, en caída libre vertiginosa hacia su propia debacle. La izquierda enloquecida, más desquiciada que nunca, gracias al dominio cuasi absoluto de los medios masivos de comunicación y de las instituciones de estudio, manipula la realidad a su sabor y antojo. La gente, cual borregos, caen presas de su retórica de odio y victimización.
Ahora resulta que en la escuela, si un niño blanco dice que dos más dos son cuatro, pero un niño negro en USA o musulmán en Europa dice que son cinco, ambas respuestas son válidas. Si el niño blanco osa decirle al negro que se equivoca, el niño blanco es considerado racista. Lo hacen con la idea de que si un niño tiene pene es varón y si tiene vagina es niña, porque ahora puede tener una cosa u otra y ser animal, cosa o lo que se le venga en gana.
Por ejemplo, el hombre canadiense que se cree niña de 7 años. Stefonknee Wolscht, luego de procrear 7 hijos, a los 52 años, decidió que siempre se ha sentido ser una niña de 7 años. Hace 20 años hubiera terminado en un manicomio. Eso antes pudiera haberse considerado como una forma del Síndrome de Peter Pan. Hoy en día, la sociedad debe subsidiarlo porque las niñas de 7 años no trabajan. ¿Cómodo, no le parece?
También están los transespecie o zoosexuales, personas que se creen, comportan y visten como animales. En Noruega, Ayla Kristine se cree yegua. Hay muchos ejemplos en redes de personas que se creen lagarto, perro, serpiente, y otros animales. Y el Estado los reconoce como tales.
Todo este desequilibrio afecta el tejido social de esos países. Los gobiernos de turno lo defienden, protegen e incentivan aduciendo que la sociedad debe proteger, subsidiar y hasta compensar a estos individuos. El ser humano es libre de hacer con su persona lo que quiera, pero no es justo que los demás subsidiemos lo que consideramos una locura. Si quiere creerse perro, páguese usted su comida, etc. Es su problema, no debe ser problema de los demás.
Y lo peor es que ahora viene Kamala Harris a imponernos todo esto en América Latina, uno de los últimos bastiones de principios y valores tradicionales en el planeta. Y todas estas locuras son terreno fértil para que quienes se sientan discriminados, se victimicen, y adopten el socialismo como el único sistema donde pueden alcanzar la felicidad.
La periodista Hilda Molina, quién fuera muy amiga de Fidel Castro, describe el Socialismo del Siglo XXI como una ideología de odio, poder y dinero, basada en lo que el psicópata cubano llamaba la Revolución Silente.
La Revolución Silente es la batalla ideológica que basada en la neurociencia trabaja el cerebro de la gente por medio a mensajes bien calculados para capturarle el alma a la persona y llenarla de odio, coartarle su capacidad de pensar y crear esa manada de tontos útiles que hoy claman por esta corriente ideológica. Cuba tiene un Departamento Ideológico, unidad de inteligencia, que ella describe como una ciudad de cerebros, obviamente, bien adoctrinados.
Esa mentalidad se esparció por América Latina gracias a otro psicópata y sociópata, Ernesto Che Guevara. El mismo que odiaba a los homosexuales que hoy vemos lucir su cara en una camisola con la boina de arcoíris. El Che se retorcería en su tumba si viera semejante cosa. El mismo que pensaba que el indígena y el negro eran seres inferiores. Generan envidia, que se transforma en rencor cómo motor de acción.
En aras del políticamente correcto han politizado la administración de justicia, especialmente en los Estados Unidos. Y así, sin autoridad moral alguna, vienen a América Latina a imponer sus brillantes ideas.
Es hora que los latinos despertemos y entendamos que apoyar al políticamente correcto es apoyar lo anterior además de la pedofilia como algo normal, el aborto, el subsidio a cambios de sexo, la educación sexual desde los 3 años y otras tantas aberraciones. Eso para los gringos, canadienses y europeos es progreso y estar en contra es ser “incivilizado”. Si hacen añicos la biología, nada les impide hacer añicos las ciencias exactas como las matemáticas.
¿Y usted, que opina? 2 + 2 = ?