No aprender de la Historia, lo he dicho miles de veces, nos condena a repetir los errores, aberraciones, injusticias o imbecilidades del pasado. Lamentablemente, como decía Balzac “un imbécil que no tiene más que una idea en la cabeza es más fuerte que un hombre de talento que tiene millares” y si no conocemos la del imbécil, caemos en su juego.
David Landau, es un pensador y periodista estadounidense, editor del Impunity Observer, ha escrito un libro que además de jocoso y entretenido, es un recuento histórico de la revolución cubana liderada por Fidel Castro. El libro “Hermanos, de vez en cuando” nos cuenta con nombres y apellidos, apodos, puntos y comas, mucho sobre la verdadera Historia de la Revolución Cubana.
En Guatemala, cómo en Perú, Chile, Colombia, Venezuela, México, El Salvador, Bolivia, Argentina, Brasil y todo el planeta, se habla de Ernesto “Che” Guevara, de Fidel Castro y otros como héroes. En los tiempos actuales, hemos llegado a tal punto de ignorancia que los jóvenes y sobre todo, gente pudiente e intelectual, creen que el socialismo es “tener conciencia social”.
Con el afán de sentirse moralmente correctos, quieren justicia y derrotar la corrupción y caen en los slogans de izquierda, sin ver que en el ejemplo cubano “la justicia revolucionaria no se basa en preceptos legales sino en convicciones morales” y que esto se repite en todo el Hemisferio.
Adolfo Rivera, líder de la juventud revolucionaria, ejemplifica al típico joven incauto y soñador que se bebió en Cuba y se bebe hoy día la falacia del comunismo. Creen que igualar a las personas a la fuerza es la única forma de justicia social. Creía que su lucha era por “una vida más humana y valiosa”. Me recuerda a los jóvenes que apoyan esta aberrante ideología creyendo en su retórica de conciencia social.
No conocer los crímenes que hizo Fidel en Cuba, es permitir que se repita hoy en día lo mismo, en nuestros países.
Castro anuló a los jueces y los sustituyó por comandantes suyos para emitir condenas. El solo pertenecer implicaba culpabilidad. Este mismo sistema lo vemos en Guatemala, en El Salvador, en Colombia, en Perú, en Chile y en Argentina, usando la justicia como herramienta de revancha de la izquierda perdedora contra el Ejército que los derrotó.
Los castristas decían y dicen que la guerra se gana por percepción, por eso aunque una manifestación sea escasa se hace pasar por numerosa. Me recuerda las manifestaciones en favor de la aberración invasiva de la ONU que en Guatemala se llamó Cicig, cuyas raquíticas manifestaciones de apoyo eran pintadas como apoteósicas. Lo mismo con todas las supuestas manifestaciones de izquierda en todo el hemisferio.
Es irónico y risible ver a los medios apoyando a la izquierda cuando el régimen cubano anuló a los periodistas y se apoderó de los medios de comunicación, incluyendo aquellos que habían dado mayor cobertura a Castro y su revolución. Los sustituyeron por medios 100% controlados. Esto ha sido imitado por Chavez, Evo, Ortega y otros. Los usan, y luego los aplastan.
Landau nos cuenta que “el castrismo no prohibió la corrupción, sólo hizo invisible la suya”. Prueba de ello, los líderes de la nomenclatura cubana son multimillonarios, empezando por la familia de Fidel. Y lo mismo se ha repetido en todos los países con gobiernos afines. La corrupción siempre ha existido y existirá, porque la falta de ética no discrimina ideologías, pero el nivel y facilidad de la izquierda es mil veces más deleznable como se demuestra en todas las oportunidades en que han habido gobiernos de izquierda en el planeta, sin excepción.
La meta de completar las “obras sociales” de Castro se sobreponía a la importancia de hacer las cosas legalmente. Otro ejemplo de que la legalidad no existe para la izquierda. Su hermano Emi, que era anti comunista y fue torturado por el régimen, describe haber sentido la fealdad del fanatismo y la extinción del poder revolucionario que no tiene límites.
Como buen tirano comunista, Castro eliminó a quienes lo llevaron al poder. Huber Matos, Camilo Cienfuegos, entre otros, vieron su fidelidad a Fidel y a los ideales revolucionarios, destrozada por un líder psicópata enfermo. “Cuando la revolución mata a sus amigos no tiene perdón”.
Quedó también en evidencia que los gringos siempre prefieren el lado más “optimista” y en vez de apoyar a los Cubanos que habían luchado contra Batista, que conocían a Castro y sus tácticas y podían haberlo derrotado, apoyaron al Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR), grupo Católico-humanista que no veía la realidad. Novatos luchando contra un dragón sazonado.
Tristemente, todo esto y mucho más es ignorado y por ende, se repite una y otra vez en el Hemisferio Occidental.