Seguramente algunas personas aún creen que el señor a cargo de la presidencia “es trabajador”, sin embargo, ni una sola obra tangible es advertida por las personas que componen ese fantasmal grupo que lo respalda. Y si no tiene obras, pues tiene condenas de millones de familias dejadas de lado durante la pandemia, de millones de jóvenes y hasta de niños sentenciados a perder sus estudios, de cientos de miles de maestros sin ejercer plenamente su profesión, decenas de miles de obreros, campesinos, trabajadores eventuales e independientes de toda profesión tratados como estorbos… y alguien podría decir “pero la pandemia”…
¿Saben qué? Tienen razón, pero la pandemia es parte de, no es la razón total.
A finales del 2019 ya se advertía los efectos inmediatos de una creciente reducción en los niveles de producción, exportaciones, empleo e inversión extranjera directa. A finales del 2019 -anticipándose- se decía desde el Instituto del Ahorro y los medios tapaban la verdad, que estaba embalsándose un retroceso para la economía y que era el momento de revertir esa situación.
La soberbia, la vanidad, la manipulación de las noticias y el millonario despliegue de “convencimiento” a distintas escalas produjo que el culto de la personalidad, de alguien sin personalidad, fuera un fracaso.
Lo peor no radica solamente en la secuencia de ineptitud para el manejo de la economía desde tiempos del ministro del paquetazo, a la señora que hoy no es tan locuaz como cuando se hablaba de censura. Lo peor no es tener un primer ministro inimitable por su intolerancia y absurdo comportamiento, o un gabinete que solo atina a inclinarse y seguir el cuento. Lo peor es estar viendo cada semana los escándalos ocasionados por el presidente y, después de las denuncias de su secretaría y amigos, de sus ministros y de su propio entorno de fiestas y pachangas, decir que dejen de generar problemas, cuando él es el de los problemas.
¡Qué suerte tienen algunos pobres diablos para que los peruanos seamos tan pasivos!