A juicio de ser condenado por ilusos, fanáticos y resentidos, y tal vez por propios que parecen más que extraños, debo incidir en un tema que no se entiende porque no se lee, no se estudia, no se comprende y además, lo venden como cierto los que se aprovechan de las bondades ajenas: “cómo ser de oposición frente a la ultraizquierda”, sin perder el sentido de la política que debemos renovar, porque merecemos una mejor Democracia.
Lo opuesto a la esclavitud, al imperio del terror, lo opuesto a un gobierno que somete las libertades y desprestigia la democracia y la justicia, no se cristaliza en nombres de personas, ni en militancias en organizaciones electorales muy mal denominadas “partidos políticos”, cuyas cabezas plenas de mercantilismo pretenden siempre sacar provecho de cualquier circunstancia o traición, sino que se construye con principios, discurso, ideas, propuestas y agenda que convoque en amplitud, que incluya a todos en un esfuerzo de todos: plataforma y camino. Pero eso, lo tapan, lo esconden bajo la alfombra los mismos de siempre, los que un día dicen “vacancia” y al siguiente dicen “esperen”.
La unidad opositora no significa “un nuevo negocio para los viejos tenderos”, una alcancía para los monaguillos de iglesias decadentes. La unidad opositora es un emblema, una fuerza que comunica y rompe muros, que hace de la rebeldía una conducta y del mensaje una oración contínua. No es un negocio, es patriotismo. No es una iglesia, sino el templo de la enseñanza.
Sorprende por ello la alocada presentación de candidatos en Lima, olvidando que la base de la ruta es el país, todo fuera de Lima y al final, Lima. Pero estos frustrantes politiquillos insisten en el centralismo hasta de sus propuestas manifiestamente decadentes, excluyentes, de fonda y calles tipo Sarratea. ¿O no es así?
Sorprende que queriéndose hablar de recuperar la democracia, se ponga a los candidatos de los cogollos del poder por encima de las prioridades de una lucha conjunta que no se fundamenta en nombres ni “líderes que no lo son”. Por eso en la mente del pueblo que tanto aspiran a robarle un voto, una sonrisa larga se hace carcajada cuando las veletas se vuelven profetas entrevistadas en los medios de comunicación.
Observen, vean con rigurosidad: El querer imponer candidaturas para subsistir políticamente -ahora le dicen “negociar”-, es lo peor que se puede hacer y más aún, si nada de ejemplo se viste en esas caricaturas de caudillitos de círculo cerrado.
La gestión municipal es importante, es la base de un impulso de participación ciudadana desde el hogar, desde cada familia, barrio y comunidad. Entonces, ¿Porqué los fracasados candidatos puestos a dedo se desesperan por estar en las alcaldías y en especial, de Lima?
No han hecho nada por Lima, -algunos- más que mudarse desde sus reinados donde son rechazados. Y preguntamos entonces: ¿Se volvieron capitalinos después de gritar siempre contra la ciudad que los acoge ahora?
Hipocresía, interés, bolsillo, falta de transparencia, eso es lo que los angustia.
Reitero: Si la unidad es tener candidatos -primero y ante todo-, la oposición no existe.