Es extraño el modo de hablar del presidente, se entrevera en sus propias contradicciones, se reafirma en sus entreveros y cae en repetidas fantasías. Se molesta consigo mismo, no como quien repara un error y se siente mejor, sino con el mismo odio y agresividad con que trata a los demás, porque se da cuenta que quien está al otro lado del espejo -o sea él- es un ser repudiable, malo, venenoso.
Quiere parecer bueno y entregado a los demás, termina siempre rechazado y olvidado porque no llega a construir nada, ni a decir nada, ni a dar ejemplo en absolutamente nada.
Bajo su manga de doble forro, lleva cartas escondidas -cual asiduo concurrente a ilegal garito anhela en su provecho- para dañar si se siente tocado, aun suavemente, por opiniones de un pueblo herido en su alma, sangrante en sus vidas, desfallecimiento a cada momento.
Malo, lleno de maldades, revanchista, violento, conspirador de zaña y cuchillo afiliado, así es este tipo que ha llevado al país a una crisis económica, social, sanitaria, educativa y política sin precedentes en el mundo. Pero la arrogancia de la estupidez supina lo desborda: “yo soy todo, yo soy todo” grita él frente al espejo de su locura e insanía. Y con el dinero ajeno, el tuyo, el mío, el de nuestros muertos y hambrientos, hace lo que quiere y nadie le para el desatino, porque los que pueden hacerlo, con uniforme o con mandil prefieren el negocio, como lo revelan los medios de comunicación serviles y complacientes, alquilados y moribundos.
¿Existe solución en la vacancia? ¿Son de mejor nivel los que lo van a vacar? ¿Qué es lo que pasará si no se le vaca y sigue dañando al país y destruyendo todo? ¿Qué pasará si el congreso no asume con coherencia la responsabilidad de una vacancia y se anima luego por romper el debido proceso secuencial, y sigue como reemplazo los mismos pasos de la locura que pueden declarar vacada?
Así estamos, entre la arrogancia de una persona sin equilibrio, un gabinete acomplejado que lo sostiene, y la vacancia de un congreso sin rumbo.