Cuenta un campesino que cuando su padre le llamó al atención por estar todo el día mirando al horizonte y no darse cuenta que las aves comían las semillas para la siembra, le dijo algo como lo que vas a leer:
“Hijo, no puedes estar como un tonto que sueña y no mira la realidad. Todo tiene su momento y ahora, es tiempo de actuar, no de soñar”, a lo que el hijo respondió: “Papá, no estoy soñando, sigo pensando”; y entonces el padre, con mayor suavidad y comprensión le dijo: “Quiero que tus pensamientos puedan abrigar esperanzas y unirnos siempre, quiero que tus pensamientos sean lo que tu anhelas hijo mío, quiero abrazar lo que tú quieres construir, pero por ahora, agarra las semillas, sígueme en el surco, hagamos juntos que lo que he pensado para nuestra familia, y te de el alimento que permita que tus pensamientos, no se queden en sueños”.
Juan Horizonte entendió el mensaje de su padre y juntos construyeron más de una siembra, y recogieron muchas cosechas.
Esa breve historia ocurre en nuestro país, pero parece que el Padre está ausente y que el hijo no habla con él. O al revés, el hijo se ausenta y el padre no lo escucha.
Una nación como el Perú, herida en el alma, golpeada en el corazón, no puede estar sucumbiendo cada semana por el odio, la violencia y los que instigan todo eso, sea desde el gobierno, sea desde las oposiciones.
Puntos de encuentro, voces que unan y miradas que dejen la cizaña y promuevan el dialogo ¿Cuándo será?
¿Dónde están esos iluminados ángeles de la guarda que querían y que quieren ser presidentes del Perú?
Aquí les va una de Vallejo:
“Quiero, para terminar,
cuando estoy al borde célebre de la violencia
o lleno de pecho el corazón, querría
ayudar a reír al que sonríe,
ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca,
cuidar a los enfermos enfadándolos,
comprarle al vendedor,
ayudarle a matar al matador —cosa terrible—
y quisiera yo ser bueno conmigo
en todo”