“Perú (…) el sol de libertad ya se vislumbra, tus lágrimas por siglos derramadas y el dolor de tus entrañas hoy acoge, erguidos de fe y de esperanza, la Fuerza Armada con el pueblo y Velasco al frente del Perú, hoy inmolan su bandera…”
La letra seguía con más frases para crear el culto a la personalidad del dictador Juan Velasco, un oscuro militar que, siendo Comandante General del Ejército, traicionó su juramento y ordenó sacar con odio, resentimiento y mucha violencia al Presidente de la República, Fernando Belaunde Terry, en una trágica madrugada del 3 de octubre de 1968 de Palacio de Gobierno, para deportarlo de nuestra patria. Así nació el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, la inspiración de Humala, Vizcarra, Sagasti, Urresti y toda la desequilibrada izquierda peruana, vestida de diferentes colores y recibiendo de diferentes alforjas.
Durante los años de la dictadura militar, el desprestigio de las instituciones castrenses iba en aumento; no solo por los atropellos y la incompetencia para gobernar en materia económica y financiera, en gestión de salud o desarrollo educativo, en relaciones exteriores y cuanto campo de acción tocaban, sino también por las leyes que se iban produciendo con el apoyo “intelectual” de operadores políticos cómodamente subvencionados con nuestros impuestos: reforma agraria, comunidad industrial, expropiación de medios de comunicación, reforma educativa, compras secreta de armamento a los países comunistas…
Sumado a ello, miles de peruanos eran detenidos, deportados, echados de sus trabajos o perseguidos por la sola razón de ser considerados contrarrevolucionarios. Las cárceles tenían entre sus rejas a periodistas, políticos, académicos y hasta sacerdotes que en sus homilías habían denunciado las atrocidades de un gobierno que construía, sobre la base de la dictadura, un sistema comunista a mediano plazo. Los militares ideologizados controlaban todo y tenían una maquinaria llamada Sinamos (Sistema Nacional de Movilización Social) para usarlo como su portátil no solo de arengas, sino también de agresiones y hostilización pública.
Cuando un día de 1974 las Fuerzas Armadas, con tanques y unidades especiales asaltaron las sedes de los periódicos en Lima -sellando la primera etapa de la “revolución”-, fuimos pocos los que nos atrevimos a salir a las calles para gritar nuestra indignación en defensa de la libertad de prensa y expresión. Muchos miraban y se iban rápido, las calles se quedaban sin gente y venían los soldados por nosotros; más por los mayores, seguramente. Se llevaron a varias decenas a Seguridad del Estado, otros a un cuartel. A mí no me vieron esa vez.
Les cuento esto brevemente porque es lo que nos está pasando, sin decirse que es un gobierno socialista, revolucionario, o de izquierda vestida con tatuajes democráticos. Los que hoy alcanzan una flor, antes nos mostraban a Velasco abrazando a campesinos. Los que ahora dicen querer igualdad, la quieren imponer para los demás, siendo ellos superiores, controlando, planificando las vidas y el futuro de los más jóvenes, como principio represivo. Y los primeros que se tragan ese sapo son los jóvenes.
La izquierda quiere hacer el camino al socialismo, preparar el terreno para hacerlo fértil. Han llegado al poder sin ganar ni una sola elección, pero teniendo aliados muy poderosos que viven de nuestros impuestos, como los medios de comunicación, es decir, el nuevo Gran Partido Político peruano.
Las izquierdas, desde la roja extrema del terrorismo, los partidos comunistas de “marcas” cambiantes, los progresistas, eco-ambientalistas, frenteamplistas y cuantos nombres se inventan en cada proceso electoral o asamblea de los mismos de siempre, usan las estructuras legales para imponerse, para cambiar la Constitución, establecer reelecciones indefinidas o continuidades de gobiernos sin límites de gestión, para controlar, alquilar o comprar a los medios o suprimirlos, acabar con la propiedad privada y exprimir nuestros ahorros. Todo eso ya lo están haciendo y no ponemos freno al caballo desbocado.
La izquierda engaña, es sucia, perversa, conspiradora y traidora, envuelve en su tejido político a muchos incautos para mostrar un rostro amable que no le pertenece, una cara que ya hemos visto en el Perú cuando Velasco gobernaba, cuando Vizcarra inundaba de corrupción al país.
La izquierda está encendiendo la pradera, está cercando el campo desde las ciudades, con su brazo armado que ahora se llama “medios de comunicación”, los que andan sin ningún control, con total impunidad dictando el camino hacia el cadalso, todos los días, cada segundo.
Esa es la verdad.
¿Quieres un ejemplo? ¿Qué es SINAMOS hoy? Una serie de troll centers bajo el mando de una dirección política y periodística que nació en el gobierno de Vizcarra y se está repotenciando rápidamente con ingentes recursos públicos y de fuentes extranjeras. ¿No lo crees? Revisa las redes sociales y fíjate en los alguaciles de los mensajes del gobierno actual, son los mismos que Vizcarra tenía apilados, pero ahora, están dirigidos desde oficinas en la Plaza de Armas de Lima, frente a Palacio de Gobierno.