En muchas comunidades indígenas y campesinas de América Latina, de no haber sido por los bosques, no se habría sobrevivido a la pandemia del COVID-19: la abundante biodiversidad que estos ecosistemas forestales albergan les permitió tener alimento, trabajo e, incluso, medicinas.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) resalta que los bosques proporcionan bienes y servicios, empleo e ingresos quizás a unos 2500 millones de personas de todo el mundo. En la última década este organismo internacional ha hecho un especial énfasis en la cooperación intersectorial para mantener una actividad forestal sostenible y una agricultura responsable para alcanzar la seguridad alimentaria y la nutrición.
“La nutrición y la salud están intrínsecamente relacionadas: no se puede lograr una buena nutrición sin una buena salud y viceversa. Sin embargo, los bosques también aportan a la salud y el bienestar del ser humano una amplia gama de beneficios que van más allá de los que suelen abordarse en relación con el marco de la seguridad alimentaria y la nutrición”, dice Mette L. Wilkie, exdirectora de la División de Actividad Forestal de la FAO, en el libro Los bosques para la salud y el bienestar de los seres humanos; fortalecimiento del nexo entre los bosques, la salud y la nutrición, publicado en 2021.
Dosel del bosque en el Parque Nacional Yaguas, en Perú. Foto: Diego Pérez / SPDA.
También cada vez más se insiste en recordar su rol, por ejemplo, en la purificación del agua y del aire que respiramos.
Para recordar la importancia de estos ecosistemas y rendirles homenaje, cada 21 de marzo, desde 2012, se celebra el Día Internacional de los Bosques. En esta fecha, la ONU busca la sensibilización sobre lo esenciales que son las zonas forestales para el bienestar de todas las personas, por lo que se propone un cambio en la forma en que los seres humanos nos relacionamos con la naturaleza.
Para unirse a este día, Mongabay Latam seleccionó cinco iniciativas desarrolladas en comunidades indígenas y campesinas de Perú, Guatemala, Colombia y Venezuela que persiguen una relación de reciprocidad con los bosques del planeta.
“Nuestro huerto es el bosque”: mujeres y familias Maya Qʼeqchiʼ rescatan semillas nativas en Guatemala
Para las mujeres de Chinabenque y Seacacar, dos comunidades maya qʼeqchiʼ, en el municipio El Estor, en Guatemala, tener un pequeño huerto familiar significa la posibilidad de compartir con otros lo que antes no había. Al inicio de la pandemia del COVID-19, cuando las familias tenían dificultades económicas, fueron las mujeres quienes se organizaron para, entre todas, reunir las semillas que tenían a la mano e intercambiarlas. Así, cada una podía hacer crecer un poco de lo mismo: tomate, cilantro, chile, algunas hierbas y otras hortalizas.
De esa forma han trabajado por la seguridad alimentaria de sus familias con la creación de huertos y la propagación de semillas nativas. Ahora tienen al menos 35 huertos creados por un número igual de mujeres. Sus comunidades están ubicadas en áreas con vocación forestal, en su mayoría, rodeadas de bosque latifoliado y donde la tierra no es muy productiva debido a la alta presencia de minerales, con suelo rocoso y arenoso no muy adaptable. Sin embargo, ellas han sabido aprovechar los espacios disponibles para la siembra, haciéndolos productivos.
Mujeres maya qʼeqchiʼ, en Guatemala, trabajan por la seguridad alimentaria de sus familias. Foto: Asociación Ak’Tenamit.
Con el apoyo de programas de cooperación internacionales, el proyecto comunitario evolucionó al programa de Fortalecimiento de sistemas indígenas de producción sostenible de alimentos como medidas resilientes al cambio climático en Centroamérica (Sipracc), donde se rescatan y valoran los conocimientos ancestrales de producción agropecuaria y la transferencia de conocimientos de ancianos a jóvenes y niños.
“Nuestro concepto de huerto no es solo una parcela pequeña, para nosotros el huerto es el bosque. Allá vamos y traemos los hongos que todos consumimos, allá cuidamos a las especies alimenticias”, explica Ramiro Batzin, líder del proyecto Sipracc y coordinador general de la asociación Sotz’il.
Además, este proyecto ha facilitado semillas de plantas y árboles frutales nativos para el establecimiento de parcelas agroforestales y la diversificación de los cultivos, y se sensibiliza a la población sobre la importancia de recuperar las semillas nativas de la zona.
Lee la historia completa aquí.
Farmacias del bosque: mujeres indígenas rescatan plantas de la Amazonía peruana para combatir el COVID-19 y otras enfermedades
En plena pandemia de COVID-19, cuando el virus arrasaba con la vida de las comunidades indígenas, las mujeres no podían dormir. Aisladas, sin medicamentos ni acceso a los hospitales, hicieron todo lo posible para resguardar la salud de sus familias con lo que tenían a la mano y sabían usar: las plantas medicinales que sus ancestros les enseñaron.
Del bosque sacaron hojas de matico (Piper aduncum), kion (Zingiber officinale) y pedazos de corteza del árbol quina quina (Cinchona officinalis), las hirvieron y crearon infusiones y vapores para ayudar a las personas enfermas a respirar. De esta forma, y pese a los miles de contagios y muertes en toda Latinoamérica, los pueblos indígenas resistieron.
Cuando la pandemia dio una tregua, a partir de enero de 2021, mujeres de 20 pueblos amazónicos en Perú crearon talleres y un documento colectivo sobre la revalorización y uso correcto de plantas medicinales del bosque para acompañar el tratamiento de enfermedades como el COVID-19.
Mujeres de 20 pueblos indígenas de la Amazonía Peruana crearon un manual, huertos y una farmacia indígena para atender enfermedades como el COVID-19. Foto: Programa Mujer de Aidesep.
El proyecto incluye la instalación de huertos o chacras comunales para reproducir, proteger y compartir plantas medicinales de sus territorios. También crearon un mercado de plantas y una farmacia indígena. Ellas han transmitido estos conocimientos a sus hijos y nietos, pues tienen claro que las personas son parte de la naturaleza y por ello hay que defenderla: la integridad de sus territorios significa también salud para los pueblos.
“La palma aceitera empobrece la tierra, igual el maíz en grandes cantidades”, dice Teresita Antazú, lideresa indígena yanesha, en referencia a las presiones que existen en sus bosques. “Nosotros tenemos un problema de mucha invasión de tierras que afecta a la comunidad, vivimos cerca de la reserva San Matías – San Carlos, donde han sacado la madera y a nosotros nos impiden entrar. Contaminan los ríos, sacan las plantas medicinales. Son terribles las amenazas que tenemos: entran y se acaban las plantas, nuestra soga del tamshi para la canasta, todo han derribado, todo han invadido”.
Lee la historia completa aquí.
Colombia: campesinos transforman zonas deforestadas en fincas amazónicas sostenibles en el sur del Caquetá
Más de 450 familias de siete municipios del sur del departamento de Caqueta, en Colombia, han transformado sus fincas en espacios de conservación de suelos, bosques y agua, a la vez que tienen proyectos productivos que les permiten tener soberanía alimentaria.
La mayoría de las personas que habitan el piedemonte amazónico caqueteño fueron desplazadas por el conflicto armado y colonizaron la región, gracias a proyectos pecuarios extensivos de los gobiernos de turno. El proyecto Finca Amazónica fue creado hace 27 años para brindar alternativas de producción sostenible y muchos de los capacitadores son campesinos de la región que comprendieron la importancia de vivir en armonía con la selva.
María Petronila Gutiérrez y su esposo Ovidio Quimbayo forman parte de las primeras familias que se vincularon al proyecto Finca Amazónica de la Vicaría del Sur de la Arquidiócesis de Florencia. Recuerdan que una de las cosas que más los motivó es que pudieron diseñar y planear cómo querían que fuera su finca y cómo podían hacerla compatible con la conservación del bosque amazónico.
María Petronila Gutiérrez, una de las primeras campesinas en vincularse a Finca Amazónica con su predio La Miranda. Foto: Antonio Paz.
“Todas estas plantas que usted ve por acá, en esta huerta ecológica, en el invernadero y en medio de los árboles nativos, las he sembrado yo”, dice Gutiérrez mientras camina entre el denso pasto y señala árboles frutales, hierbas aromáticas y arranca unas plantas para obtener de las raíces la cúrcuma y el jengibre. Se siente orgullosa de su labor de agricultora y recuerda que durante las cuarentenas por el COVID-19, cuando los alimentos se encarecieron y escasearon, ella y su familia tuvieron comida de sobra y hacían trueque con los vecinos de otras fincas amazónicas.
Este proyecto asegura que los campesinos puedan vivir en la Amazonía. La idea es que sus fincas sean compatibles con la vocación del suelo amazónico que es bastante frágil y que se genere en las familias el sentido de pertenencia por esta región.
Lee la historia completa aquí.
Tukupu: las mujeres Kariña guardianas de los bosques en Venezuela
Cecilia Rivas recuerda Tukupu como un lugar donde se vivía con libertad. En esa comunidad indígena kariña de chozas dispersas, instaladas bajo la sombra de los árboles de la Reserva Forestal Imataca, al sureste de Venezuela, fue donde nacieron sus abuelos y sus padres. De niña observaba los bosques tropicales, altos y húmedos que ahora guarda en su memoria, pues poco a poco desaparecieron con la minería y la tala desmedida, mientras que los animales fueron afectados por la caza y la pesca en grandes dimensiones.
Tukupu, además de ser el nombre de esta comunidad que aún resiste en el tiempo, es como se llama ahora la primera empresa forestal indígena de Venezuela, conformada esencialmente por mujeres, y de la que Cecilia Rivas es fundadora y capitana elegida por su pueblo. En 2020, el Estado venezolano les otorgó una concesión de 7000 hectáreas de la reserva forestal para la protección y aprovechamiento de sus recursos bajo criterios de sostenibilidad.
“Yo le puse Tukupu para que no se perdiera ese nombre de la comunidad”, afirma. “La Reserva Imataca es muy grande, a veces, como un país. Vivimos libres en los bosques y ahora trabajamos con su manejo para enseñar a los cipianioro —que son los no indígenas— cómo se vive con y del bosque, mientras se cuida para que siempre permanezca”.
Cecilia Rivas, capitana kariña, es la lideresa de Tukupu, primera empresa forestal indígena de Venezuela. Foto: FAO Venezuela.
El propósito de crear un proyecto para la protección y aprovechamiento sostenible de esta Reserva nació en 2016 dentro del propio pueblo Kariña, con la intención de detener la destrucción y extracción de recursos por parte de empresas que trabajaban sin el consentimiento y sin ningún beneficio para las comunidades que han habitado el bosque ancestralmente.
Por eso, el mismo año solicitaron el apoyo de la FAO, que empezó a colaborar en el proyecto de creación de la empresa a partir de una consulta a la comunidad. Así, como un paso inicial, las mujeres se organizaron para crear los primeros conucos o huertos para sembrar comida y plantas útiles para reforestar las zonas degradadas.
Los bosques de la Reserva dan tres tipos de madera: madera dura, madera semi dura y madera blanda. Una parte se trabaja directamente, pues se tiene convenio con privados para procesar una parte con participación de los kariñakon —hombres kariña— en esos trabajos para la elaboración de tablas, listones y madera dimensionada para trabajo de carpintería de los Kariña.
Sin embargo, los beneficios van más allá. A partir del trabajo de Tukupu, la FAO y su equipo de especialistas evaluaron parcelas para determinar el stock y flujo de gases de efecto invernadero, donde más de 23 millones de toneladas de emisiones de dióxido de carbono equivalente, directas e indirectas, fueron evitadas.
“Estamos dando oxígeno a otros países”, asegura Rivas. “Estos bosques son un pulmón de Venezuela y lo que estamos cuidando no es solo para mí, sino para el mundo entero. Todos debemos cuidar un poquito este pulmón, pero pasa que mucha gente no tiene esa visión y piensa solo en destruir y me fui, pero nosotros no”.
Lee la historia completa aquí.
Mujeres awajún del bosque de las nuwas luchan contra el coronavirus
El Bosque de las Nuwas nació en el año 2014. Sus creadoras son 70 mujeres de Shampuyacu —una comunidad nativa integrada por más de 300 familias en la región San Martín, Perú— que se fijaron el objetivo de recuperar sus saberes ancestrales, trabajar en la reforestación y en el cultivo de plantas medicinales.
Durante 2020, sus vidas y su proyecto se vieron impactados por la pandemia del COVID-19. Hasta la llegada del virus, el Bosque de las Nuwas recibía visitas de peruanos y extranjeros a las diez hectáreas de bosque manejado por este grupo de mujeres que lo habían recuperado de la deforestación. Durante su estancia, los visitantes podían aprender sobre el uso de las plantas medicinales y compartir la cultura awajún. Sin embargo, entre los numerosos contagios y el aislamiento al que se vieron obligadas, todo se detuvo.
Las mujeres y sus familias trabajan en el Bosque de las Nuwas. Foto: Marlon del Águila / Conservación Internacional.
La comunidad nativa de Shampuyacu es una de las más deforestadas en Perú. Según un estudio del Instituto del Bien Común y la Cooperación Alemana, esta comunidad awajún ha perdido el 80 % de su bosque como consecuencia del impulso —desde el Estado y organismos internacionales— de la agricultura que en décadas pasadas promovían los cultivos de soya y arroz. A ello se sumó el alquiler de las tierras a colonos para que las convirtieran en campos agrícolas.
Por ello, para Arlita Antuash Paati, lideresa indígena, el trabajo en el bosque de las nuwas es un aporte para la humanidad. “Nosotras podemos poner nuestro granito de arena y sanar con nuestras plantas. No es solo un beneficio nuestro, sino para todo el mundo”, asegura.
Lee la historia completa aquí.
*Imagen principal: www.bosquedelasnuwas.com
Nota de Redacción: el presente artículo fue publicado0 originalmente en www.es.mongabay.com
Mongabay es un medio de comunicación que cubre las historias ambientales más importantes de Latinoamérica. Informa con rigor, claridad e independencia.