Lo del señor Otárola, un mediocre más de la sarta de incapaces gestores públicos que están o han estado en la Presidencia del Consejo de Ministros las últimas décadas, es parte de una larga serie de guiones que se elaboran en el servicio de inteligencia paralelo que depende de operadores políticos, que manejan a un grupo amplio de sicarios mediáticos dispersos en varios frentes, dispuestos todos ellos, a mover las noticias “criminales” que nunca lo son, más allá de telenovelas con carga de cierto realismo. ¿No lo ven?
Y entonces, de la mezcla de las telenovelas surge la permanente confusión que es el estado mental de la ciudadanía: “manipulados”, alienados, hablando “de eso” y olvidándose “de lo necesario e importante”.
¿Qué sigue a la publicación de un escándalo? Un breve silencio, una respuesta airada que no dice nada de inmediato, un mensaje tipo publicitario “de un valiente indignado”, negociaciones de continuidad y de mayor poder porque se convierte en una llave de presión, Dios sabe qué negocios adicionales. Eso es la política en el Perú, un teatro del absurdo con millones de inconformes queriendo estar en la primera fila del espectáculo mediático, artistas tísicos y protagonistas famélicos esperando subsistir mientras los políticos ladrones siguen con la pose de divos y dignos sobre los cadáveres de los ciudadanos. Si esto no fuera cierto, Vizcarra no estaría en el lugar donde se ubica y de donde nadie lo mueve, en el trono de la maldad.
Cada semana en el Perú, sin anuncios ni campañas, sale una nueva telenovela de 24 horas y cero efecto, una historia algo real, impactante, con fechas cambiadas, con textos alterados y adulterados (donde no se aplica jamás inteligencia artificial, sino ignorancia mecánica). Y los protagonistas previamente instruídos, se enferman de cualquier mal, para cubrirse bien; se retocan en fotografías con poses demacradas y se financian solidaridad militante, pero ya no dura, ya no “son los “salvados por la campana” o los “excluídos de las acusaciones por improcedentes”.
Y repito, es un arte de telenovela de barrio, de guionistas caviares que siguen fabricando historietas con Vizcarra, apoyados en el servicio de inteligencia paralelo de (a) “Jarvi el sucio” y evidentemente, en lo que conviene, auspiciados en eso que llaman con maldad “periodismo de investigación”, que no es ni periodismo, ni investigación.
Hay varias peleas por el poder, pero entre gentes tan mediocres e ignorantes que los resultados de las puestas en escena son de lo más risibles, porque todos los protagonistas de ser noticia como sea y a la hora que sea, opinan, enjuician, condenan, se lavan las manos y después, esperan otra puesta en escena sin acordarse de sus desaciertos y apresuramientos por un minuto declarando pachotadas en la TV, en alguna radio o en determinados medios que también, buscan cualquier estupidez para sobreponerla a la realidad (doña Peta por encima de PetroPerú, del alza de impuestos, del aumento de la pobreza, de la evidente recesión, de la corrupción galopante).
Estamos en el Perú, en el teatro del absurdo, compren sus entradas, tres funciones, tres.
Imagen referencial alusiva solamente al teatro del absurdo: “Las sillas”, Camilo Landestoy junto a Johanna González, como protagonistas de la obra, con la actuación especial de Miguel Lendor.