Camille Paglia (1947) es profesora de humanidades en la University of the Arts de Filadelfia. Reconocida intelectual que surfea muy bien en todas las olas del feminismo. Llegué a ella a través de una serie de entrevistas que pueden buscarse en la red: polémica, irreverente, sincera, ilustrada.
Se puede conversar con ella de la belleza y la sexualidad sin que te cancele. Tiene seguidores y perseguidores. En tiempos en los que salirse del libreto de la corrección política del signo que sea, leerla es reconfortante, incluso, cuando no se esté de acuerdo en todo lo que propone.
Su libro emblemático es “Sexual Personae. Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson”. Sus 864 páginas me han desanimado de leerlo de momento. El índice del texto es atrayente, lo pongo en lista de lectura. He leído, en cambio, de un tirón “Feminismo pasado y presente” (Turner, 2019). Un conjunto de conferencias y artículos que dan buena cuenta del feminismo y de la visión de la autora sobre la mujer, los estudios de género, la violación sexual, la educación sexual… Su voz resulta incómoda para cierto pensamiento de capilla.
“El feminismo tiene doscientos años. Desde que Mary Wollstonecraft escribió el manifiesto aquel en 1790… Fases ha habido muchas. Podemos criticar la fase presente sin criticar necesariamente el feminismo. Lo que yo quiero es liberar el feminismo de las propias feministas”. Desde 1969, Paglia observó que el feminismo excluyó de su discurso dos elementos importantes: la estética y la psicología. Resaltar la belleza allí donde esté. “No me cohíbe estar en presencia de un ser hermoso (…) -escribe la autora-. Al ver a una persona bella, decimos “Qué guapo o qué guapa”. Eso es lo que pretendo devolver al feminismo. Decimos: ¡Qué belleza, qué hombre tan guapo, qué mujer tan guapa, qué pelo tan bonito, qué pechos tan bonitos!”.
“La segunda deficiencia del feminismo está en el campo de la psicología. Desde el principio, Kate Millett prohibió a Freud por ser sexista (…). Ojo, que no digo que haya que consentirle todo a Freud. Yo no leo a Freud y digo: Anda, esta es la última palabra sobre la raza humana. ¡Ni mucho menos! Le sigo la pista y digo: esto es interesante, pero quizá haya que redondearlo un poco”. Igualmente, considera Paglia que hay ingenuidad política en ciertas posturas cuando “culpan de todos los problemas humanos a los varones blancos imperialistas que han victimizado a las mujeres y a las personas de color”.
Para este reduccionismo, propone más historia y más ciencia política. Con Lacan y Foucault es más crítica. Para cuando llegaron al discurso intelectual feminista, Paglia cuenta que sus horas de estudio en la biblioteca de Yale la “encontraron intelectualmente preparada para poder distinguir lo tramposos que son. Por tanto, nunca me afectó. Sin embargo, hay personas que dedicaron veinte años de su vida a estos personajes y que ahora, obviamente, se enfadan cuando alguien les dice: Uf, menuda pérdida de tiempo”.
No falta en el discurso de Paglia un capote a favor de los varones. “Los hombres también han protegido a las mujeres. Les han proporcionado alimento. Les han dado cobijo. Y han muerto para defender sus países y las mujeres de sus países (…). Los hombres han creado el mundo tecnológico de hoy, gracias al cual soy posible yo… He podido darme el placer de escribir este libro gracias a la revolución tecnológica y al capitalismo moderno que tan mala fama tiene”.
Paglia señala que “las consignas educativas actuales, que siguen la senda marcada por la izquierda occidental, mantienen vivas las falsas ilusiones sobre el sexo y el género. La premisa básica de la izquierda, procedente del marxismo, es que todos los problemas humanos emanan de una sociedad injusta… Los progresistas tienen una fe indesmayable en la capacidad de autoayuda de la humanidad”.
Considera que estas perspectivas se quedan cortas para señalar las raíces del problema que reside “en la propia naturaleza humana, que tanto la religión -Paglia se declara atea- como el arte clásico retratan como eternamente desgarrada por una guerra entre las fuerzas de la oscuridad y de la luz.
El progresismo -afirma la autora- carece del sentido profundo del mal, pero eso mismo le sucede al conservadurismo actual, porque el mal se proyecta cómodamente sobre un ejército extranjero de fuerzas políticas emergentes, unidas sólo por su rechazo de los valores occidentales”. La sabiduría de las religiones y la cultura clásica dan una mejor perspectiva de las excelencias y horrores de los seres humanos. El lado oscuro de la fuerza es una factor que hemos de tener en cuenta.
Considera Paglia que en el debate cultural caben todos, también, los del “sector crítico con el feminismo, desde autores conservadores hasta feministas disidentes. Sin esa diversidad, los estudiantes reciben adoctrinamiento, no educación. Es indudable que entre la actual disidencia del feminismo está el movimiento de la abstinencia sexual (…). Como veterana del feminismo prosexual que incluye la pornografía y la prostitución, animo a todas estas mujeres jóvenes y castas a seguir defendiendo su individualidad y desafiando el pensamiento grupal y la convención social. ¡Ese es el auténtico feminismo!”
Quedan aristas por limar y propuestas abiertas a la discusión: con Paglia se puede conversar, incluso, con una buena taza de café.