Ni EEUU ni la UE deberían creerse la postura prooccidental del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, ni su antirradicalismo impostado. La estrategia de Erdogan, que preside un país miembro de la OTAN, es claramente dar apoyo a los planes de Rusia y China para el futuro de Afganistán.
Cuando la Unión Soviética invadió Afganistán (diciembre de 1979) para respaldar al régimen comunista local, entonces en conflicto con combatientes musulmanes radicales, Turquía lidiaba con su propia guerra civil entre facciones de ultraizquierda y ultraderecha. En septiembre de 1980 los militares dieron un golpe de Estado y prohibieron todos los partidos políticos, incluidos los islamistas.
Los islamistas turcos fundaron el Partido del Bienestar (PB), que también acabaría siendo proscrito. En 1985, en plena campaña soviética de Afganistán, Erdogan tenía 31 años y era el dinámico jefe provincial del PB en Estambul. Fue entonces que invitó a un acto antioccidental y antiamericano al terrorista afgano Gulbudin Hekmatiar.
Hekmatiar es un antiguo muyahidín que lidera el partido Hezb-e-Islami Gulbudin. Los afganos le conocían como el Carnicero de Kabul por sus repetidos bombardeos sobre la ciudad.
Hay una imagen que resurge de continuo para consternación del líder turco: se trata de una foto en la que Erdogan está sentado a los pies de Hekmatiar, quien fuera oficialmente designado terrorista por la ONU y por EEUU, tomada durante el referido acto, celebrado en Estambul en 1985.
La foto es harto significativa a día de hoy, cuando, tras el hundimiento del Gobierno afgano, el mes pasado, Hekmatiar se reunió con Hamid Karzai, expresidente del país, y Abdulá Abdulá, presidente del Alto Consejo para la Reconciliación Nacional, en Doha (Qatar) para negociar un nuevo Gobierno.
Hace unas semanas, mientras los pasos del Talibán resonaban con fuerza creciente en Kabul, Erdogan volvió a cambiar de bando y festejó su romance ideológico con los terroristas afganos. “La comprensión (o interpretación) del islam por parte del Talibán no se contradice con la nuestra”, dijo, dejando estupefactos a millones de turcos laicos.
“¿De verdad que no se contradice con la nuestra? Hablamos de violaciones grupales, del asesinato de mujeres, del encierro de las mujeres en el hogar, de la venta de jóvenes como esclavas y de la prohibición de que las niñas vayan a la escuela. ¿Cuándo la nuestra se ha vuelto así?”, se preguntó la diputada opositora Gamze Tascier. “¿Cuándo se ha convertido Turquía en un Estado regido por la sharia?”, le han planteado multitud de intelectuales a Erdogan.
La apertura de Erdogan al Talibán no atañe sólo a la sharia. “Nuestras instituciones relevantes están trabajando en ello, incluso conversando con el Talibán, y puede que yo mismo reciba al líder del Talibán”, ha afirmado.
Hay dos derivadas importantes del avance talibán y la consiguiente lenidad turca. En primer lugar, la captura de Kabul por parte de los talibanes ha arruinado el plan turco de dejar tropas en la capital afgana para hacerse cargo del Aeropuerto Internacional Hamid Karzai, empresa repleta de peligros para la que ningún otro país se ofreció voluntario.
Por lo visto, Erdogan quería con ello demostrar a las naciones occidentales –especialmente a EEUU– la importancia estratégica de Turquía. Así, confiaba en tener más ascendiente sobre la Administración Biden cuando Ankara y Washington aborden sus divergencias más complejas, como las posibles nuevas sanciones norteamericanas al Gobierno turco por su adquisición del sistema defensivo ruso S-400. En resumidas cuentas: Erdogan confiaba en utilizar el acuerdo sobre el aeropuerto de Kabul para reiniciar las problemáticas relaciones con EEUU. Erdogan quiso anotarse un tanto presentándose como un aliado fiable de Occidente.
Sólo un par de semanas antes de la conquista talibán de Kabul, Ankara y Washington estaban tratando de superar sus diferencias en lo relacionado con los términos y condiciones del control turco del aeropuerto. Tan recientemente como el pasado 11 de agosto, Turquía aún parecía tratar de controlar y custodiar el Karzai luego de que las tropas de otros países se hubieran retirado de Afganistán.
Por otro lado, el 28 de agosto, después de que en las redes sociales se especulara con que Grecia podría abrir sus puertas a los refugiados afganos hasta el 1 de septiembre, miles de ellos se agolparon en la frontera terrestre entre Turquía y Grecia.
Irán, por su parte, parece confiar en matar dos pájaros de un tiro: facilitando sistemáticamente las travesías de los afganos ilegales hacia Turquía y Grecia, podría desestabilizar tanto Turquía como Europa. Presumiblemente, los mulás iraníes estarían encantados de transportar a decenas de miles de afganos a su frontera con Turquía. Lo demás sería problema de los turcos suníes y de Occidente.
Como Michael Rubin, especialista en Oriente Medio y exfuncionario del Pentágono, ha escrito, puede que Erdogan trate de utilizar su alianza con Hekmatiar para modelar el orden político afgano posbélico. “EEUU no se lo debería permitir”, advierte Rubin.
La pervivencia de la relación de Erdogan con Hekmatiar ilustra lo ilusorio que resulta pensar que aquél ha sido en algún momento otra cosa que un yihadista con traje, con independencia de las esperanzas de cambio que proyecten sobre él tantos diplomáticos.
En definitiva: un individuo designado terrorista, Hekmatiar, cuyas relaciones con Erdogan se remontan a 1985, se encuentra en conversaciones tanto con el Talibán como con el propio Erdogan sobre el futuro de Afganistán, mientras el presidente turco está en conversaciones con el Talibán y probablemente trate de figurarse cuál será el próximo salto.
Erdogan trató de apaciguar a EEUU custodiando el aeropuerto de Kabul, pero el plan se vino abajo con el avance talibán sobre la capital afgana. Erdogan perdió ahí una baza para sus futuras negociaciones con Biden. Ahora, y habida cuenta de su ideología antioccidental, probablemente se vea tentado a buscar una alianza con cualquier grupo pro sharia que en el futuro próximo vaya a gobernar Afganistán.
© Versión original (en inglés): Gatestone Institute, Redacción de Burak Bekdil
© Versión en español: Revista El Medio