La amistad con Pablo Ferreiro viene de bastante lejos: año 1978 cuando estudiaba Derecho en la PUCP. Conversación de maestro y un estudiante en busca de orientación. Tengo grabado el primer consejo: no te des tantas vueltas, mira hacia afuera, encuentra tu misión. En eso ando todavía. Desde entonces, los encuentros con Pablo fueron recurrentes en diversas etapas de mi biografía personal y profesional.
He disfrutado de muchas conversaciones amistosas con Pablo. Literalmente, hemos hablado de lo humano y de lo divino. Ha sido para mi -y sigue siéndolo- un gran maestro y amigo. Más aún, he copiado muchas cosas suyas en mi estilo de docencia universitaria. Cuando empecé mis primeros pininos como profesor de la Udep en Piura en 1982, me quedó claro que la forma de enseñar en el aula sería la de Pablo. Para entonces ya había visto a varios profesores en acción. Su estilo distendido, amable, participativo me resultó afín. Incluso me he quedado con varios de sus movimientos en el aula.
Las conversaciones amistosas, para Pablo, forman parte del modo de ser de las personas. Para un coach son también un oficio, desde luego, pero encuentran su fuente primigenia en lo más hondo de la personalidad. En este aspecto, diría que el coaching le nace a Pablo, no es un accesorio. Saber conversar y mantener conversaciones sabrosas es un arte y don que no todos poseen. Para Pablo, el coaching no se reduce a una técnica, no es sólo un modus operandi, es principalmente un modus essendi. Un modo de ser que manifiesta la hondura espiritual desde la que uno intenta acercarse, con temor y temblor, ante otro ser humano, en este caso el coachee.
El libro de Pablo Coaching. Finalidad y responsabilidad (Lima, 2021) es la formalización de sus muchos años de experiencia en el mentoring. A este respecto, me venía a la mente el título de un libro que me recomendó por los años 80, Pensar con las manos (EMESA, 1977) de un intelectual francés Dennis de Rougemont. Esto de pensar y hacerlo con las manos no me parecía nada compatible, ni razonable. Al leer libro caí en la cuenta de lo que el autor quería señalar y de lo que Pablo rescataba del texto, se trataba de recuperar la unidad de cuerpo y alma. El cuerpo no es estuche o una cárcel que aprisione al espíritu. Somos unidad sustancial corpóreo espiritual. En buen cristiano, bien con las brillantes ideas y la nobleza del espíritu, pero se requieren, asimismo, ideas prácticas con vocación de ser realizadas. Y me parece que, efectivamente, en el caso de Pablo no es solo su formación de ingeniero lo que le lleva a precisar y delimitar los campos del coaching, es más bien el convencimiento vital de que en los sistemas operativos se juega la verdad de las nobles intenciones de los jefes de una organización. Pablo es de los que piensa con las manos y llena de ejemplos prácticos sus dichos en las conversaciones amistosas.
El coaching en serio requiere de una buena antropología no en vano el autor incluye un generoso resumen de nociones de antropología y caracterología de la profesora Genara Castillo. El simple dominio de técnicas de entrevista y un buen puñado de tips no bastan para darle autenticidad a las sesiones de coaching. Conviene tener experiencia de vida, además de experiencia en el puesto o función organizacional. Por eso, Carlos Llano, otro gran maestro de gobierno de personas en el IPADE de México, solía decir -glosando a Aristóteles- que “la felicidad es la expansión del alma. Si esto es así, es necesario que el ser humano conozca, de alguna manera lo que se refiera al alma”. Es decir, en la tarea del coaching conviene detenerse en una reflexión profunda de las diversas dimensiones del ser humano: inteligencia, voluntad, afectividad; corporalidad, espiritualidad. Conocer algo del alma es importante para acertar en el buen oficio y en la vida buena, pues importa no solo correr muy bien, sino también estar en la ruta y dirección correcta.
Pablo menciona en su libro que el coachee ha de aceptar libremente a su coach y pienso que no podría ser de otra manera si, como insiste nuestro autor, el coaching es una conversación amigable. Y, ciertamente, la amistad es una de las relaciones interpersonales en donde la elección es vital: los amigos se eligen, se aceptan, pero no se imponen. Este aspecto del coaching es complejo, pues si el jefe es el llamado a ejercer de coach, no se le escapa a Pablo que han de ser jefes bien elegidos. Se es jefe, pero no necesariamente, se tienen las competencias adecuadas para realizar las actividades del coach. Al respecto, a lo que Pablo señala como las condiciones convenientes para ser un buen coach, hago las siguientes precisiones.
El coach ha de tener algo de encanto personal. Dado por sentado que se requiere conocimiento, experiencia y buenas intenciones, también es importante el encanto personal, entendido como un talante acogedor, simpatía, cordialidad y hasta sentido del humor. Estas y semejantes virtudes y actitudes no son cualidades que todos tengan de buenas a primeras. Cuando falta esta simpatía y encanto, la conversación deja de ser amigable, no fluye y hasta puede causar fricciones entre coach y coachee. Sobre el particular, Gabriel Marcel, filósofo francés, cuenta lo siguiente. Una noche fue de visita a la casa de unos amigos. Terminada la reunión familiar, Marcel le comentó a su esposa que el hijo pequeño de sus amigos era muy despierto, pero le faltaba encanto. A lo que su esposa le dijo, debe ser porque el niño era demasiado exacto. No se puede ser tan exactos, ni ser un sabelotodo al riesgo de ser insoportablemente perfectos. El encanto tiene la frescura de la “rosa inesperada” como bien lo dice el poeta Martín Adán. Bienaventurados, pues, los que gozan de encanto de modo espontáneo, a los demás nos costará Dios y su ayuda tenerlo.
Un segundo elemento que agregaría como una condición del coach es lo que el filósofo del diálogo Martin Buber llama orientación al otro. Esta es una actitud de fondo. Se trata de una inclinación o tendencia de apertura hacia el bien del otro. Es apertura y mucha capacidad de escucha como lo señala Pablo en su libro. Es ponerse delante del prójimo en actitud de respeto, dispuestos a admirarnos de la biografía del coachee, la cual se va desvelando en sus luces y sombras y de cuyo aprendizaje el coach se enriquece, igualmente. La orientación al otro es una actitud extática, en salida. Es, incluso, una actitud de indefensión buscada, propia de la sencillez del alma. El coaching se mueve en el campo de las relaciones de confianza, no del mundo de la certeza, parafraseando al profesor Alejandro Llano.
De otro lado, el coaching no es un acto es un proceso. No es ni La historia interminable de Michael Ende, ni tampoco una pompa de jabón de efímera vida. Para todo este proceso, Pablo dedica un capítulo largo para señalar una hoja de ruta que puede ayudar a precisar los temas sobre los que versa el coaching. El modelo que toma es el Octógono o modelo antropológico de las organizaciones del profesor Juan Antonio Pérez López, materia a la que Pablo le ha dedicado muchísimos años de docencia e investigación en el PAD. En el primer nivel se aclaran los datos cuantitativos del colaborador y la organización, en el segundo nivel aparecen los datos cualitativos del saber distintivo de la organización, los estilos y su estructura real. En el tercer nivel, finalmente, comparecen los elementos de la misión interna, externa y valores de la empresa.
Termina Pablo su libro con un capítulo dedicado a la integridad ética, last but no least, lo último, pero no por eso lo menos importante. Las competencias éticas dotan de consistencia a la persona, a la organización y a la sociedad. Modos de hacer -competencias operativas- y modos de ser -competencias valorativas- componen el patrimonio integral de la persona. Es aspirar a la coherencia de vida, en donde pensamiento y acción se den la mano. Ser auténticos, ser verdaderos de tal manera que las obras hablen de las buenas intenciones del agente.
Enseñar a pensar, enseñar a querer, enseñar a sentir; pero, sobre todo, abrir los cauces para aprender a ser mejores, con la originalidad y del modo irrepetible que cada uno es capaz de acometer. Gana la persona, gana la familia, gana la organización, gana la sociedad; pues queremos una sociedad que funcione bien y sea, asimismo, una sociedad buena.
Hay que agradecer la publicación de este libro, sabiendo que “el coach -dice Pablo- enseña sobre todo con el ejemplo, y que por lo tanto él también debe aprender a superar pequeños impases como algo normal, sabiendo absorberlos con un estado de ánimo permanente tan alejado de la euforia como del pesimismo”.