Estamos en la zona de acceso a varios bancos en un centro comercial primero y en una concurrida calle después y la sensación que teníamos al llegar se hace evidente unos pocos minutos después, cuando vemos que de cada diez personas adulto mayores – o si quieren decirlo, de la tercera edad- más de la mitad necesita ir acompañado de alguien por seguridad, pero seguridad para el momento de manejar el cajero automático, ya que es un enredo para ellos, nunca les enseñaron cómo usarlo o jamás les dieron la oportunidad de acceder a un folleto simple, donde les explicaran con gráficos y pocas letras de qué se trata eso de la automatización, la modernidad, la rapidez actual y el no tener que ingresar a una agencia para hacer muchas operaciones que se pueden realizar en esa máquina que a veces emite palabras y a veces, no emite resultados.
“Me dicen ¿para qué viene al banco? Usted todo lo puede hacer desde casa o en el cajero automático del banco” y yo me siento mal, porque no tengo idea en cómo usar ese cajero automático, y yo me muero de vergüenza porque no tengo computadura, ni internet, ni nadie que lo haga por mí, cuando siempre lo ha hecho el banco porque así era, así es y así debe de ser, en especial con los viejos que como yo, no tenemos porqué reemplazar a un banco en sus responsabilidades, porque para eso les pagamos. Y no me estoy quejando” nos expresa realmente dolido Don Sebastián, de 67 años, abuelo y futbolista de una vez por semana, y nos hace reir con un movimiento de piernas que parecen aún de un deportista de portada de diarios.
“Mire joven. Yo soy maestra jubilada, dos hijos que ya tienen su hogar y viven lejos. Vengo al banco porque tengo mis ahorros y otra platita aquí. Antes me enviaban los estados de cuenta gratis y ahora cobran, entonces debo venir al cajero del banco a sacar un papel que se borra en una o dos semanas, donde se supone que está un resumen de operaciones del mes. Son muy amables y me permiten pedir un estado de cuenta impreso, pero debo pagarlo y ahora, por la pandemia según dicen ahora, tengo que sacarlo por la internet. Yo no uso computadoras, no tengo en la casa, no me interesa tener computadora, sólo pido mi estado de cuenta y me dicen son 5 soles por hoja. ¿Sabe cuánto es mi pensión? ¿Sabe a cuántos panes equivale esos 5 soles por cada hoja, cuántos Captopril dejo de comprar?” exclama con ojos lagrimeantes Teresita, mientras su mano tiembla al sostener su bastón.
Y es como Sebastián y como Teresita que decenas, cientos de miles no son visibilizados en la inclusión financiera porque nunca se les ha alfabetizado en lo digital, no los han enamorado con lo virtual, al contrario, les han hecho temer y hasta sentir que da vergüenza exponerse a la nueva ignorancia de estar ausentes de esa modernidad que los excluye. No se entiende todavía que darle una tarjeta de débito a una persona de la tercera edad NO es inclusión financiera, es reparto de tarjetas y nada más, es aumentar los problemas a los clientes y eso no debe seguir así.
En consecuencia, hay que enamorar en lo virtual a todos, alfabetizar en lo digital a todos y lograr una entusiasta, divertida y masiva inclusión financiera para todos, que haga que los que están viviendo más -en especial-, sientan que los atienden y quieren más.