Rufino es un pensionista de jubilación que vive con Angelita, su esposa de 71 años. Ellos tienen una casita en Comas, en el pujante cono norte de Lima, desde hace más de 40 años que ahorro más ahorro, ladrillo sobre ladrillo, fueron levantando los muros de la esperanza y la felicidad para ellos y sus ocho hijos.
Don Rufino es de Abancay, Apurímac, trabajador minero de manos que no le dejan mentir su profesión de orgullo. Angelita es de Espinar, en Cusco. Esa mezcla de amor andino es muy fuerte, de luces de lucha constante y perseverancia.
Los ocho hijos de Rufino y Angelita viven en el extranjero, se fueron poco a poco a lo largo del tiempo y de vez en cuando, pero cada año siempre, alguien llega a casa en Comas, desde New York, Montreal, Berlín o Madrid, por donde andan desperdigados “los ojos y sonrisas de los niños”, como dice Angelita.
Es frecuente que vengan hijos, nietos, nueras y hasta algunos gringos de visita y se queden un par de semanas sin querer regresarse porque Angelita es de esas abuelas engreidoras, cocinera y detallista que no se puede abandonar jamás. “Sólo sabe engreír a los chicos y mis nietitos” afirma Rufino.
Pero en el otro lado de la vida, como que las cosas no son tan sonrientes o amables hasta la fecha. “Han llegado a pedirme que no vaya al banco, o que todo lo haga por internet, por la computadora. Al principio no tenía computadora y me compré una a plazos con mi pensión y algo que me mandan mis hijos. Vino mi nieto de Alemania y me dijo que esa no me iba a servir, así que su mamá me envío un giro y pude comprar la laptop que me dijeron. Peor, me da vergüenza decirlo, pero peor, es un enredo y nadie me explica. Fui a una cabina internet Para que me ayuden y creo que me querían engañar con eso de las claves. El Rommelcito me dijo, abuelo, nunca des tus claves, así que no volví a la cabina. ¿Y ahora?”
Angelita averiguó con unas vecinas y le dijeron que hay academias, pero con esto del Covid no se puede y como son catalogados como “viejos y vulnerables” peor. Entonces…
Una idea fue flotando y llegó a oídos de Rufino: “Afuera del banco hay dos señoras bien guapas, Isabel y Clara, que han puesto una mesa y su sombrilla, te enseñan cinco cosas que debes saber de una computadora y el banco. Solamente tienes que acercarte y en cinco minutos te explican clarísimo como se enciende la máquina, como ingresas a la página del banco, que es como si estuvieras en la agencia, y qué gestiones puedes hacer, las principales, nada enredado. Solamente te dicen cinco cosas y si deseas saber más, hay fechas para venir, máximo de dos en dos, y diez minutos. No pagas, no firmas nada, no das tu DNI, nada. Son buenas personas”
Ese gancho tenía poco a poco más gente como Rufino acercándose, hasta que el gobierno publicó una norma obstaculizando ese trabajo en la vía pública, o al menos así nos lo hicieron saber los del Serenazgo y la Policía, una pena. Una pena pero volveremos a hacer de la alfabetización digital, paso a paso, la respuesta de la inclusión financiera, de la inclusión digital para que nuestros viejos se enamoren de lo virtual.
Imagen referencial, Agencia SINC
Este artículo ha sido elaborado por Ricardo Escudero, Noemí Lazarte y Cristina Jiménez.