Las situaciones de cuarentena y de inamovilidad de todo un país han puesto en evidencia las grandes limitaciones de la población por falta de conocimiento y un abultado número de carencias por desidia o malos manejos de los “responsables”.
La crisis es mucho más grande de lo que imaginábamos. No es solo sanitaria, es económica y fundamentalmente cultural. Apena ver a la gente desorientada y sin capacidad para saber lo que está pasando y lo que tendrían que hacer para revertir los grandes problemas.
La falta de conocimiento trae además una suerte de incapacidad para la responsabilidad. Se actúa por reacción a estímulos que tienen distintas manifestaciones que van desde el pánico a la temeridad.
La congoja por la muerte de un familiar o amigo genera una angustia existencial cargada de indignación y pesimismo. Cuando no se ve la luz al otro lado del túnel, se vive día a día con incertidumbre y con temor.
El pánico y la fatiga
Muchos ya no piensan solo reaccionan con temor de ser contagiados y sin tener la suficiente capacidad de poner los medios adecuados. Por las limitaciones de la informalidad se hace difícil la distancia social, se percibe una fatiga en el uso la mascarilla, y los escasos hábitos de higiene son una constante en los barrios populosos, en los mercados y en las combis.
Algunos, por el hambre y las incomodidades, están cansados, “tiran la toalla” y pasan a ser temerarios, como un desfogue a la presión que los hacía vivir temerosos, imaginándose así ser “libres” aunque sea por un escaso tiempo, para poder comer mejor aún a riesgo de ser contagiados y poder morir.
En estas situaciones difíciles no faltan los teóricos, que desde su trinchera segura, pontifican llamado exagerados a los que se cuidan sin tener un mínimo de comprensión con los que se encuentran en situaciones apremiantes.
Conocer para amar y poder unir
No solo hay que cuidar “el propio pellejo”. El que ama a Dios conoce bien la realidad y busca las mejores soluciones para el prójimo. Conoce porque ama, no se trata de un conocimiento sociológico y teórico, es un conocimiento del querer en su doble acepción de amor y de voluntad de hacer.
El conocimiento que procede del amor es el que elimina el miedo. Así el que tiene personas a su cargo no las tiene asustadas con amenazas o reglamentos, las tiene felices porque proyecta un amor de protección como el que tenemos de nuestra Madre la Virgen que nos da tanta paz.
Las personas que aman bien crean espacios de libertad en las situaciones más difíciles de la vida cuando hay que superar obstáculos. No es un amor “romanticón” y sentimental el que expresan, sino la fortaleza de una voluntad de poder que ama de verdad y da seguridad.