Los países de América Latina se parecen al vuelo de un ave marina cuando surcan los aires con el suave viento y descienden confiadas en las arenas de la playas hasta que alguien, por buenas o malas intenciones, las ahuyenta y tienen que volver sobre su recorrido a emprender el camino del horizonte. Las naciones surcan territorios que avistan, saben de los riesgos, conocen de los peligros, pero en una extraña coincidencia o apetito por el mismo lugar de siempre, regresan y se exponen.
Unos podrían decir que ese es el problema de la elección, de la decisión, y no es así, por el contrario, es fruto de las indecisiones cuando uno hace lo mismo y yerra en lo mismo.
La propiedad privada va por un trazo similar, confiando que los gobiernos entienden el valor del sentido de pertenencia, confiando que sin darle nada, le dejarán crecer en todo lo que su esfuerzo -evidentemente en la mano de las personas que invierten y se esfuerzan con su capital- les ofrecerá como respuesta al trabajo tenaz, la sensatez y la tenacidad. Pero eso no ocurre, porque en América Latina se castiga el éxito, se condena el avance, se premia el retroceso y la destrucción. Hay una suerte de estímulo en contra que hace que la dinamita se coloque en las bases del progreso y se encienda con el resentimiento diario hasta que haga explosión.
La propiedad privada es un mal y no una bendición en los ojos de las izquierdas llenas de incompetencia, es una “desoportunidad” -lenguaje del correctismo caviar- cuando produce utilidades, rentabilidad, ganancias limpias y paga impuestos. La propiedad privada es el demonio capitalista que da empleo, estabilidad y ampliación en los puestos de los trabajos y no se paga con los impuestos, con el dinero que debería alimentar el progreso y desarrollo, y que en vez de eso, va a las manos de millones de burócratas e incompetentes contrarios a la veta milagrosa (de la propiedad privada).
La propiedad privada es una amenaza al totalitarismo que quieren imponer todas, absolutamente todas las izquierdas.
Pero allí no queda la cosa, porque para eso existe también el terrorismo permitido por gobiernos de izquierdas o por gobiernos complacientes, eso es lo peor. Y usando la violencia, el caos, atizando el conflicto e incendiando infraestructuras hasta desaparecerlas, hacen que el miedo se apodere y los pueblos huyan a las ciudades y las ciudades se callen o arrodillen.
Si transmitimos correctamente el sentido de pertenencia, construiremos en cada ciudadano, la emoción de la Libertad, esa es la llave, la respuesta, el principio de una esperanza que tiene que ser tarea diaria, desde la escuela, como cuando jugando en el patio, en el recreo, le dices a tus compañeros, “eso es mío, pero puedo compartirlo” (sin que deje de ser tuyo).
Entender que el esfuerzo y la dedicación honrada te da lo que te corrresponde porque tú lo construíste, que por allí está la luz sobre las tinieblas, que por allí va la propiedad privada, es la respuesta.
Ilustración referencial, de la artista sueca Sara Victoria Sandberg, “The Pathway”