En cierta ocasión un amigo me dijo: “participación, liderazgo, paz, justicia, servicio, promovidas desde la escuela suena bonito, pero con una sociedad como la actual contraria y difícil, casi casi se convierten en fantasía o en trama de un videojuego y de terror”.
Comentarios similares suelen hacerse presente cuando una persona – joven, adulta o anciana – propone una iniciativa que modifica el statu quo. Las respuestas suelen ser lógicas, pero tienen una particularidad, acentúan los ‘oscuros’ de tal manera, que al omitir los ‘claros’ la realidad asoma inmodificable y como tal, se abren dos caminos: la pasividad o la quimera de los cambios estructurales sin el aporte de los hombres en lo cotidiano.
Sin duda, comentarios como ese desaniman por sus consecuencias, más todavía si quienes lo escuchan son los jóvenes. Sin embargo, una cosa es cierta. Entre el hombre y la realidad existe una conexión originaria, posible gracias a la esencial apertura de la persona y a la bondad y condición inelegible de aquella. En otras palabras, la realidad se comunica con su ser-así y el hombre le responde desde su índole racional.
La realidad no está compuesta solo por cosas materiales también lo está por personas, por lo tanto, en los cambios – en atención a su conexión originaria con la realidad – tienen que ser invitados a participar. Lo interesante es que en pleno ejercicio de la libertad algunos se excusarán y otros muchos sí que se sumarán. Las alternativas y las elecciones no representan un defecto de la sociedad: la libertad es una misteriosa cualidad de la persona que tiene que ser eficazmente gobernada.
Así las cosas, aun escuchando voces agoreras, buscar lo central hará que aquellas no nos desanimen. Salomón fue un rey que gobernó con arte y sabiduría al pueblo de Israel. Cuando fue ungido monarca era joven e inexperto. En cierta ocasión, Dios se le apareció y le dijo: ‘pídeme lo que necesites que yo te lo concederé’. Salomón consciente de su realidad le solicita que le conceda un corazón comprensivo para juzgar y para saber discernir entre el bien y el mal. Pudo pedir: la derrota de sus enemigos; quizá abundantes riquezas; muchos años de vida; copiosas cosechas… ¿Eran estás demandas centrales para gobernar? ¡Imagínense un rey caprichoso y tirano que viva 100 años! Salomón pidió un corazón para escuchar, acoger, comprender y querer, pero también solicitó inteligencia para conocer la realidad, a las personas y decidir con sabiduría y prudencia: le fue concedido un corazón inteligente para gobernar.
Aún podemos encontrar un consejo más del sabio rey. No solicitó solamente un gran corazón: consecuencias, un gobierno sellado por la emotividad, el capricho, la vanidad, el permisivismo; tampoco, se inclinó por la pura inteligencia: el signo de su mandato hubiera sido, el autoritarismo, la soberbia, el desdén y el rigor de la ley.
El arte de gobernar, no se limita a los funcionarios públicos o a los CEO de grandes corporaciones; ese arte alcanza a todos que tienen la responsabilidad de otras personas: papás, profesores, policías, enfermeros…y un gran etcétera. Bajo la consigna No uno sino muchos líderes, el corazón inteligente es bandera para mover al cambio.
Conclusión: primero, orden en las ideas, en las necesidades y en los recursos; Segundo: abrirse a la realidad para conocerla y advertir lo bueno que tiene; y, tercero, escuchar, acoger, tener paciencia y motivar con quienes compartimos, solo así lograremos ir en pos de ideales junto con otros. De la atenta escucha se constata la riqueza, la singularidad y las iniciativas de las personas con la que se integra el mismo ámbito y deseos.