Es sintomático que los que se dicen valientes siempre sean descubiertos en su cobardía, tanto como los que se dicen estar al lado del pueblo, pero solo mencionan eso para engañar y estafar a los miles de ingenuos y extremadamente confiados que dicen “hay que escucharlos, hay que entenderlos”, hasta que es muy tarde y la soga les aprieta el cuello o las balas están en destino a su final fatal.
El Perú se parece a un tipo bueno al que le dicen que salte del último piso del edificio porque podría ser que cayendo aprenda a volar. El Perú le cree a todo el mundo y salta al vacío. Mientras cae, se dice a sí mismo “recién va un piso, podré volar”. Y sigue en ese viaje sin retorno hasta que ya no hay más pisos, hasta que ya no hay más país.
Vivimos en una sociedad donde los que la destruyen, ponen la agenda y esta es aceptada como si fuese el desenvolvimiento de lo correcto. Nadie puede en consecuencia, objetar la irracionalidad ni la estupidez, porque son académicamente intachables los imbéciles y se encuentran bendecidos en toda la extensión de la palabra por el progrerío y la caviarada que administra la educación tan mal, como sus resultados. La moral, es un vicio; ser educado y respetuoso, es lo más tonto del mundo.
Lo peor de este drama nacional, es que el balance no existe, porque la estupidez y la ignorancia política de las izquierdas del odio carecen de contrapeso, ya que la inteligencia y la intelectualidad honesta no se ponen a un lado, dando la cara, enfrentando a los que, por resentimientos, ansían cualquier mal hacia los demás que no piensan ni se embrutecen como ellos (como los progres, caviares y las acomplejadas de las redes sociales). Es decir, se les deja espacio a los extremistas.
Las últimas semanas, los de las izquierdas del odio han hablado de tantas cosas insensatas, que como siempre no dicen nada. Son un hoyo que hay que tapar, son la cueva del olvido que la ciudadanía debe cerrar para siempre, pero falta compromiso mayor, a fin de hacer lo necesario y no pensar en que hay que “escucharlos y comprenderlos”.
Estamos en noviembre y el año se acaba. Un maravilloso regalo sería que la izquierda también se acabe, pero para siempre.