¿La esencia de los “nuevos” partidos es que son “producto” de los viejos partidos? Si nada nuevo se observa en el horizonte cercano, nada bueno se augura en el curso del tiempo y eso lo podemos deducir al comprobarse que en el Perú del nuevo siglo de la oscuridad y la deshonestidad intelectual, todos hemos llegado a permitir que se destruyan las posibilidades de tener instituciones, para reemplazarlas por hordas con nombres risibles.
Cerca de cuarenta partidos políticos donde ni uno solo muestra consistencia organizativa, dirigencia en amplitud, acciones y planes básicos de gobierno local, provincial, regional, nacional y de cara al mundo cambiante que vivimos, ausencia de voces con dominio y liderazgos que las gentes sigan, silencio en ideas y propuestas, un cementerio de la fatalidad con tumbas doctrinarias selladas. ¿Son partidos políticos o grupitos de interés electoral jugando a la captación de dinero y a la lotería de ver si se ganan “algo” usando a alguien?
Deshonestidad inmensa por un lado, fantasía e ilusión -quizás, tal vez, puede ser- en el otro extremo de la mesa de las agrupaciones que inundan la puesta en escena de tan voluminosa baraja de opciones. Lo cierto, lo real, es que salvo dos o tres partidos políticos que llevan haciendo esfuerzos de vigencia fuera de tiempos electorales (con las denominadas escuelas de dirigentes por ejemplo), ni una sola agrupación es destacable porque sus dirigentes sean ciudadanos con liderazgo, voz y opinión que concentra atención y respaldo.
Si usted recorre Lima, para poner el tema en contexto, ya que todos los grupos políticos inscritos ante el Jurado Nacional de Elecciones tienen partida de nacimiento capitalina, podrá evidenciar que tres o cuatro lucen letreros en las fachadas de alguna céntrica casona donde acuden en algunas ocasiones los rostros que la habitan y algunos que la visitan. Pero si ingresa y pide conocer al Secretario General del partido, nunca lo encontrará. Si solicita tener el gusto de conocer a su Presidente -al de esa organización de fachada-, tampoco lo podrá ubicar. Si ruega por saber quién es el vocero en temas económicos, mineros, de salud o de asuntos referidos a la defensa nacional, lo mirarán con una cara de “disculpe, pero tampoco sabemos si aquí tenemos a esa persona que usted quisiera saber si existe”.
¿Y entonces? Fantasmas más, almas en pena menos.
¿Eso ocurría con el APRA, el PPC o Acción Popular en 1980, 1990 o el año 2000? Jamás. Y tanto es cierto lo que digo, que usted iba al local de Alfonso Ugarte y podía saludar, conocer, hablar, abrazar y sentir emoción al conocer o escuchar de cerca a Luis Alberto Sánchez, Ramiro Prialé, Luis Heysen, Armando Villanueva del Campo o al mismísimo Víctor Raúl Haya de la Torre y tomarse un café en la Casa del Pueblo. También podía ri a la Plaza Bolognesi y saludar a Luis Bedoya Reyes, Mario Polar Ugarteche, Roberto Ramírez del Villar, Felipe Osterling Parodi, Celso Sotomarino y muchos otros más, que enaltecían el brillo de una derecha de valores y modales ejemplares. Y más aún, a pocas cuadras en el Paseo Colón, cualquier día desde las tardes llegaban Javier Alva Orlandini, Eduardo Orrego Villacorta, Ricardo Monteagudo, Oscar Trelles y como ellos, tantos otros que daban fuste a las ideas que los juntaban.
¿Y ahora, qué sucede en los locales de esos partidos? Que han llegado relevos de malas condiciones populares, que pueden ser buenas personas, pero no saben dirigir un partido, no hicieron camino al andar y les cayó del cielo o del infierno, la batuta de una orquesta desafinada y con pocos músicos que no tiene oído, menos dotes de poder hacer cosas buenas en un país que grita por construirlas.
¿No es muy duro decir todo esto? No, no lo es, porque para dirigir un país, no se hacen “tés de tías”, sino que se construyen intensamente las estructuras de instituciones políticas que deben y tienen que contar con ideas y propuestas, equipos de trabajo y dirigentes que sustenten los liderazgos de las voces y rostros que los unen, para ser las voces y los rostros de todos.
Por eso es que hoy la esencia de los “nuevos partidos” ante tantas carencias, es el ataque “al otro” y no la idea y propuesta que marca la diferencia, para obtener la deferencia, que es militancia, activismo, identidad, voto y lucha por la victoria que es, saber gobernar sin robar.
¿Cuarenta partidos en un país donde sobran los Alí Babás? Paradójica tristeza.