Si siguiera el dictado de esos que quieren a diario legitimar el asesinato de los niños por nacer, no tendría valor para decir lo que pienso, sería un autómata de la realidad más perversa que le ha tocado al mundo hoy en día.
He visto con tristeza que unas mujeres escriben en las redes sociales que celebran decidir por el aborto. He visto también que algunos jóvenes se esfuerzan por gritar que el aborto es lo que quieren para sus vidas. Sin embargo, detrás de esas letras, más allá de esas voces sin eco, veo nostalgias, huelo sus miedos, lamento su soledad.
Me trataban de ofender una señora en la Universidad Católica en Lima y otra en la Adolfo Ibáñez de Santiago, ambas con el mismo cuento de que el aborto es cosa de la mujer embarazada, de la que quiere decidir sobre su cuerpo, pero dando la orden de matar a otro cuerpo.
Suponiendo que sea una decisión “sobre su cuerpo”, si quiere amputarse un brazo, que lo haga si desea, no es mi dolor corporal, pero será mi dolor humano verla sufrir. Si desea cortarse la lengua, que lo haga, ya no la escucharemos seguramente, aunque siempre quedará la incertidumbre de oír su voz y sus palabras. Yo considero mi deber tratar de disuadirla, de impedir ese acto en su contra. Haré todos los esfuerzos necesarios por evitar que se infrinja esa condena.
Pero, si como ellas mismas lo dicen, se trata de una mujer embarazada y por definición propia el embarazo no es indigestión, sino el estar gestando dentro de sí, una vida tan igual y hermosa como la de ella, con la diferencia que ese bebito por nacer, está atrapado por alguien que piensa que es mejor eliminarlo que verlo nacer, que sentirlo en sus brazos o llorar de emoción cuando nace, como lo hizo seguramente su propia madre.
Se trata de una vida. Y si alguien te dice que una vida es algo distinto de una persona, esa persona le teme a la vida, se ahoga en su propia vida.
Una mujer embarazada tiene todos los derechos sobre su cuerpo, y tiene indesligablemente todos los deberes sobre el niño que lleva en ella, dentro ella, para que pueda nacer en libertad.
Si no quiere darle la luz de la vida -alumbrarlo–, por eso se dice dar a luz, existen caminos de protección al bebito y a la mamá que no desea ser madre. Porque por más que aborte, siempre será una mamá, recordará esa sentencia que no es ninguna decisión. Porque sentenció a su bebé a la muerte. No decidió por él o ella, dio la orden para que otro lo haga.
Uno le puede preguntar a la persona más humilde y menos instruida, a un profesor, al obrero o campesino, a un alcalde o gobernante de mayor rango. Todos a la pregunta del amor más grande que conocen siempre dirán, el amor de una madre.
Ese amor es inmenso, es de mujeres valientes.
Recuerda siempre que una mujer embarazada lleva -en ella- un milagro de la vida, que sólo una mujer puede dar a luz, que sólo esa vida que nacerá, siendo ya un bebito en su vientre, podrá decirle con el mismo sentimiento, te amo mamá.
No permitas que te vendan la muerte como si fuera tu propia decisión, cuando es la vida lo que temen esos que huyen de una sonrisa y le temen inclusive, a un niño por nacer.
Fotografía de Soledad Herrero, con Leo, su recién nacido. Cuando Leo tenía tres meses, él y sus padres contrajeron la COVID-19. Leo estuvo en aislamiento con su madre, quien continuó amamantando mientras superaban juntos la enfermedad. Puedes leer su testimonio de vida en https://blogs.unicef.org/es/blog/primeros-momentos-importantes-crianza-compartida-carta-nueva-madre-hijo/