Es un hecho que la señora Dina Boluarte y su aparato político dirigido por un lado por Vladimir Cerrón y por el otro por su pareja presidencial, Alberto Otárola, se encuentran rumbo al 2026 tratando de evitar en lo posible, cualquier escala anticipada que la baje del avión “del poder”.
Es evidente que desde las riendas del manejo del presupuesto público y otras conexiones no tan públicas, el gobierno ha logrado sobrevivir las dos primeras etapas de su asentamiento, contando con breves episodios de manejos o designaciones de autoridades que no tuvieron ni el compromiso, ni el juramento de lealtad como ejes de sus acciones, palabras y decisiones. Por ello, las rotaciones no han sido tan altas como en los gobiernos precedentes de la Boluarte.
Es palpable que al inicio de la gestión de la pareja presidencial, los clásicos “siempre dispuestos a ocupar un cargo público”, “lo que sea”, “cuenta conmigo Perú”, estuvieron a la distancia pero cerca y se manifestaban ocasionalmente con discursos en defensa del orden constitucional ante la salida del entonces presidente Pedro Castillo, pero nunca en contra o a favor de Dina Boluarte o su gobierno. Estaban como saludando de lejos, queriendo estar muy cerca del poder, pero sin mancharse. Le decían algo así como “pórtate mal, pero cuídate bien”.
De hecho -vamos haciendo relación de antecedentes y lo que ocurre ahora-, en estos momentos ya están inscritos oficialmente ante el Jurado Nacional de Elecciones veinticuatro partidos políticos que la gente reconoce como “electoreros”, es decir, sin plataforma doctrinaria, sin planes de acción, sin agendas de trabajo y movilización ciudadana, sin voceros con identidad regional y nacional, a los que se están sumando en los siguientes meses, unos seis “partidos” más por lo menos.
De todos éstos treinta, sólo se escucha algo, muy poco, en cinco, mediante comunicados de coyuntura, pero sin ninguna acción política efectiva, sin mostrar cuadros dirigenciales y sin demostrar ideas y propuestas. Hacen sin embargo, un esfuerzo meritorio dentro de las dificultades de siembra y expansión de sus propuestas (si es que las tienen), pero con un gran problema: carecen de líderes (lo que se necesita), carecen de caudillos (lo que no se necesita).
Las demás organizaciones partidarias, van dando vueltas sobre su eje sin hacer nada, Están pulseando si se meten a apoyar a Dina Boluarte y de pasadita les nombran algún ministro y colocan en algunos puestos públicos a los dueños del partido, si se juntan con los extremistas en contra de Dina Boluarte, si ponen empeño con un discurso antifujimorista que capte el resentimento que por algunos lados florece, si se vuelven una especie de Tinka para caricaturizarse con el rostro de un Bukele peruano, ya que es imposible presentarse como la versión degradante “del Hugo Chávez o el Nicolás Maduro peruano”. Pero cuidado amigos y no amigos, porque por algún escombro se gesta “el Evo peruano” en Puno, “el Boric peruano” desde Barranco lover y “la Michelle Bachelet andina” desde el Cusco. Es el Perú, somos la novela trágica nunca escrita, que se vuelve realidad.
Y es así como Dina Boluarte ya va para el año sin inquietarse en su rostro de concreto -como el de Otárola-, y los ayayeros se mueren por volver al Estado, a una chambita hasta el 2026. ¿No lo creen? Revisen las redes sociales, ahora están que se matan aplaudiendo a Dina, varios que se creen predestinados hasta para ser presidentes (risas).