Un país no funciona con instituciones desprestigiadas, desmanteladas, corruptas y corroídas, así los medios de comunicación, previo pago, inventen otra realidad. Un país no camina como si fuera un estropajo o el residuo de los desperdicios. Un país jamás se nutre envenenándose con iras, con odios y voces que alientan la agresividad y la violencia “como norma de convivencia”. Ese cuadro de “desnación” sigue siendo en el Perú, su rostro e imagen. No somos un país de todos y para todos, sino un enredo entre todos, por ir en contra de todos. Esa es la verdad tristísima que escondemos poniendo cara de hinchas en el fútbol, en la comida o nuestros paisajes, pero realidad dura es la que no se tapa con esas alegrías momentáneas, donde somos una mueca de sociedad.
¿Qué les pasa a los que dirigen el país que todo lo tiene y todo lo puede, para seguir destruyéndolo con maldad y una tremenda vocación sanguinaria? La respuesta es muy sencilla y simple: “es que se los permitimos” porque nadie quiere dar la pelea en las mismas condiciones y con los mismos requisitos, porque para tener o pertenecer a un partido político -por ejemplo- se requieren antecedentes criminales, vocación de tiranía y desprecio, ganas de eliminar oponentes, silenciar “peligros potenciales” y ensimismarse en soberbia y vanidad, rodeado de los que son los mejores… (pero en eso, en el delito, en la soberbia, en la vanidad, en el crimen casi perfecto).
¿Y, no hay excepciones Ricardo? -me preguntan en la Universidad-. No lo sé, no los veo, no los escucho. Y es que no podemos vivir del quizás y el tal vez. O los hay, o no existen. ¿Pero, insisten los más jóvenes, porqué no eres parte de un partido político que sea diferente? Porque no lo sé, porque no lo veo, porque no escucho de alguno.
La labor política, alfabetización y educación partidaria, la escuela de formación en la trayectoria, no es costumbre de estos tiempos, como lo fue con Haya de la Torre, Bedoya, Belaúnde, Cornejo Chávez, Del Prado y algunos más que “no eran ellos”, sino, el Partido, la institución, la colectividad que buscaba a los mejores en cada especialidad y destreza, servicio y voluntad de mayor servicio al país y no a sus bolsillos.
Ideas, propuestas, doctrina sólida, acción y ejemplo permanente, eso no existe hoy en día, sino una mezcla barata de demagogia, prepotencia, engaño, populismo y matonería, donde debes ser parte de esa nueva imagen o eres de los contrarios y a los contrarios, se les elimina. Por eso no faltan los que creen que se llega al gobierno para el ejercicio de la vendetta y el cobro de cupos, mientras matan a diario los sueños y esperanzas de los jóvenes y los que quieren formar su propia familia, empresa y mejor sociedad humana (porque lo que hay, es suciedad social).
De allí viene la pregunta que nos hacemos a diario: ¿De qué se ufana la señora Dina Boluarte en un país que ella ha ayudado a dividir y enfrentarse a diario? ¿Tiene el atrevimiento de decir que dejará un legado? ¿De qué?
Tenemos que reflexionar y actuar, desde nuestros hogares, para que la expresión más pequeña del diálogo sea el editorial de cada día, donde la primera frase es que “no podemos seguir en lo mismo y con los mismos” y, si nos toca escoger entre la porquería porque solo hay porquerías, el problema ya será un camino inevitable donde el destino puede ser la fatalidad y eso, no quisiera que ocurra jamás.
No dejemos de hablar, no dejemos de conversar, no dejemos que el desánimo tape las esperanzas, porque en el Perú, cuando queremos, vencemos y cuando nos relajamos, la fregamos.
Imagen, crédito El Popular
