Víctor Lapuente (1976) es un politólogo especializado en calidad de gobierno y políticas públicas, profesor en la Universidad de Gotemburgo (Suecia). Su reciente libro “Decálogo del buen ciudadano. Cómo ser mejores personas en un mundo narcisista” (Península, 2021) me ha sorprendido gratamente por su enfoque. No es un libro de política. Es más bien un texto sobre ciudadanía y buen vivir. Esto último es lo más llamativo de la propuesta del autor, pues hace un llamado argumentado a la vuelta de la práctica de las virtudes cardinales (coraje, templanza, justicia y prudencia) y de las virtudes cristianas de la fe, esperanza y caridad, a cuyo conjunto llama las siete virtudes capitales.
Muchas propuestas teóricas y prácticas suponen que la política y la economía nos salvarán de la situación de precariedad en la que vivimos. Nos ofrecen bienestar económico y transparencia en la gestión pública. Abundan las medidas y planes de gobierno que nos harían vivir, si no en el paraíso terrenal, cuanto menos en el país de Jauja de las pequeñas utopías. El mensaje de Lapuente -con sus inevitables simplificaciones- es darle la vuelta a la tortilla. Son los ciudadanos virtuosos los que salvarán a la política y a la economía. Si hay que hacer un esfuerzo es en la recuperación del sentido de responsabilidad personal. El primer cambio se da en cada persona y es la integridad esforzada de cada ciudadano lo que permite sostener el cabal funcionamiento de las instituciones políticas, económicas, jurídicas de la polis.
Dice Lapuente que el gran depredador de una sociedad buena es el egocentrismo que circula en la cultura contemporánea, independientemente del sesgo político enarbolado. Derechas e izquierdas ideologizadas han matado a Dios y a la patria, respectivamente. Sin un asidero trascendente que nos impida a cada uno convertirnos en dioses menores, no saldremos del círculo vicioso del narcisismo que tiende a convertirnos en individuos desvinculados, a lo sumo agrupados en pequeñas tribus culturales.
Las reglas que propone son sencillas. He aquí algunas: busca al enemigo dentro de ti, no te mires en el espejo, ama a un dios por encima de todas las cosas, no adores a falsos dioses, da a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, cultiva las siete virtudes capitales, ponte en la cabeza de tu adversario, no te sientas víctima, abraza la incertidumbre. Todas estas reglas las explica el autor acudiendo a la tradición clásica estoica y cristiana. Diría, incluso, que el estoicismo es la fuente principal del pensamiento del autor. Hay un humus de sentido cristiano de la vida, aunque desligado de su núcleo central: el encuentro con la persona de Cristo. Aun así, la propuesta del autor no deja de ser novedosa en un ambiente intelectual que, en muchos aspectos, renuncia a pensar la trascendencia.
Termina Lapuente su libro con estas palabras: “En la actualidad, la ecuación más popular se formula a la inversa: intenta ser feliz, persigue tu propio interés, y así serás virtuoso. Eres feliz, ergo eres bueno. Dentro de esta lógica, cada individuo construye su propia arquitectura moral sobre la base de sus gustos y deseos. “Escúchate a ti mismo, empodérate”, nos repiten en todos los lugares, desde la guardería a la residencia de ancianos, pasando por casa, la escuela y la oficina. “Sigue tus deseos, que nadie te imponga obligaciones”. The sky is the limit (El único límite lo pone el cielo). Espero haberte mostrado en este libro que esto no es cierto. Y que si nos sobrescuchamos a nosotros mismos, nos endiosamos, convirtiéndonos en Narciso, condenado a mirar eternamente su reflejo en el estanque”.
Me parece un buen consejo. El afán de logro, el empoderamiento, son importantes, pero no lo es todo. La felicidad se nutre, también, del afán de servicio, del esfuerzo generoso de salir de uno mismo en la realización del bien a nuestro prójimo.