A partir de los años 70 en especial, se fue generando una intensa suma de reformas en la propiedad privada en nombre de reivindicaciones que no eran tales, nunca lo fueron.
La reforma agraria por ejemplo, supuso quitarle la propiedad de la tierra a personas o empresas familiares, no era limitar el tamaño de la propiedad o ponerle regulaciones y más derechos al trabajo que se hacía en una hacienda, fundo o parcela. Se trataba de una venganza contra el éxito, una tarea feroz donde se usaba la fuerza del Estado para volver a cero el emprendimiento empresarial en el agro destruyendo todo, iniciando el sueño revolucionario.
Con soldados y unidades blindadas, los militares entregaban casas, maquinarias, tierras, sembríos, canales y todo cuanto pudieran expropiar con los burócratas de ese nuevo Estado que se impuso contra la Democracia. Lo entregaban a campesinos sin dirección, sin capacidad inmediata de gestión y administración.
Vinieron cubanos y cuanto comunista latinoamericano se encontrara a disposición. El único requisito era levantar el puño, mirar con odio y arengar a las masas para que “el patrón no coma de tu pobreza”.
Así, ocho millones de hectáreas dejaron de ser propiedad de sus legítimos dueños para convertirse en SAIS o sociedades agrícolas de interés social, donde se juntaban los campesinos, las comunidades aledañas y por supuesto el Estado con los representantes de la Junta Revolucionaria de Gobierno, una mezcla que explotaría en el tiempo produciendo pobreza, miseria y la migración más grande desde el campo a la ciudad, donde se formarían los nuevos cinturones de angustia, bautizados como Pueblos Jóvenes.
Las SAIS tenían que vender su producción a empresas estatales recién creadas como la Empresa Nacional de Comercialización de Arroz- ECASA; Empresa Nacional de Comercialización de Insumos- ENCI; Empresa Pública de Servicios Agropecuarios- EPSA; Empresa Nacional del Tabaco- ENATA; Empresa Nacional de Comercialización de Harina y Aceite de Pescado- EPCHAP, Inca Lana y Alpaca Perú para la comercialización de la lana y la fibra de alpaca, y además depender en la parte financiera de los Bancos Agrario, Industrial y Minero, entre otros.
De la noche a la mañana, todo fue oscuridad en el Perú. Se crearon cadenas cuyo punto de partida iba desapareciendo por muchos factores, no sólo productividad, innovación o falta de recursos, sino por la injerencia del Estado planificador, usurpador de la iniciativa privada.
Sólo en estas diez empresas estatales se generaron más de veinte mil puestos de trabajo para los adeptos de la revolución peruana, que sumados a los del SINAMOS o sistema nacional de movilización social, eran el colchón de hostilización a los contra revolucionarios como yo, a mis 13 años de edad.
El Estado se desbordó dejando su rol, asumiendo el triste papel de arma de una dictadura comunista para avasallar el sentido de pertenencia sobre la propiedad privada, el trabajo, nuestros valores.
Se produjo una gran crisis popular que devino en el nacimiento del terrorismo y un temor generalizado. No hubo ninguna respuesta organizada del pueblo en calles ni plazas, porque vencer a los comunistas no es tarea fácil cuando se apropian del poder y usan las armas en contra de tu Libertad.
El tiempo pasó, las fuerzas renacieron, las voces se juntaron, un país cambió y volvió al camino natural. Si nunca te contaron esto, yo lo seguiré haciendo para que no te pase a ti.