En esencia, el “Desborde del Estado” es la imagen de un ente monstruoso, fortalecido para ser invasivo, que devora la privacidad, la iniciativa individual y la tranquilidad ciudadana mediante leyes absurdas, regulaciones opresivas y un aparato burocrático hinchado a golpes y autogolpes -hoy con más de 1.5 millones de empleados públicos- que genera un terrible déficit fiscal y expropia los salarios vía impuestos innecesarios y una frondosa secuencia de trámites y requisitos contra cualquier emprendimiento. Nos inventan desde el Estado, la muralla de lo imposible, para hacer posible el reino de la contraparte monetaria por exigencia: “si quieres” (coimas).
Este Estado gigantesco y dormitante, capturado durante décadas por fuerzas izquierdistas (el espectro caviar y la ruma de lo progre), no está en crisis, sino en expansión represiva, obligando a someterse a la informalidad como mecanismo de supervivencia y esquiva popular, en vez de facilitar el acceso a la formalidad como herramienta productiva y de desarrollo. Ilustremos con metáfora cruda: los peruanos compran voluntariamente una “soga larga, gruesa y llena de púas” para su cuello, simbolizando un “suicidio colectivo silencioso” por sumisión cultural al “no pasa nada”, en la creencia, entendiendo que esa soga -el Estado-, con su grosor -burocracia- y sus púas -seguridad inexistente-, les va a garantizar paz, orden, estabilidad y tranquilidad, cuando en realidad los agobia con engaños y somete con normas que nunca se discuten ni debaten, porque están permitidas para imponerse subliminalmente y tenerte prisionero de los trámites y requisitos que se reinventan con cada gobierno.
La “Crisis Popular”, en contraposición, no es un desborde de masas hacia las calles para tomar el poder -como erróneamente postula la izquierda del odio- y se pregunta la gente, ¿si lo toman, el poder, sabrán qué hacer con ese poder? Porque, si bien han gobernado, no han logrado establecer “poder” sino estamentos de presión desde el Estado y contrario a ello, el pueblo ha estado en una parálisis evasiva: el pueblo es esquivo, coimea y engaña al Estado en lugar de confrontarlo con acciones, decisiones y propuestas sólidas para un gobierno sostenible.
Esta crisis popular, se arraiga en una invasión ideológica sistemática en la educación, orquestada por el Estado y ONG, que eliminó del currículo el patriotismo, la historia del Perú, la filosofía y educación cívica, reemplazándolos por contenidos distorsionados. Maestros y alumnos ya no cantan el Himno Nacional ni veneran la Bandera como símbolo de dignidad; se ha borrado a héroes nacionales estancando el pensamiento creativo y manipulando la identidad. Históricamente, este proceso se siembra desde hace décadas, con textos ideológicos que erosionan valores, afectando escuelas públicas y privadas, universidades y centros técnicos. Hoy que se anuncian y hacen efectivos algunos cambios; pero no podemos decir que existe uno varios cambios, porque se tienen que ver los resultados en el mediano y largo plazo y la urgencia es de hoy y de ayer, no del mañana que no veremos llegar.
Sobre el ensayo “desborde del Estado y crisis popular” de Ricardo Escudero, que sirve de crítica por la dispersión política con 40-50 partidos fragmentados en extremas izquierdas (incluso remanentes de Sendero Luminoso), centros ambiguos y derechas sin doctrina como catalizador de lo impredecible, comprobamos que se crearon alianzas efímeras por ambición, corrupción e impunidad, para perpetuar el desborde estatal sin reformas reales, como reducir la planilla pública o capacitar excedentes para el sector privado. Esta fragmentación, nacida de la soberbia y la vanidad política y partidaria, impide bloques estables y favorece la captura de recursos públicos.
Muchos partidos que creyeron que con la “reforma política y reforma electoral” llegarían al poder, no miraron que en política se necesitan instituciones y no cárteles políticos.
En conclusión, el Perú vive la “barbarie política del siglo XXI” por silencio y sumisión, donde la clase media -aspirante a progreso- se rebela solo en teoría, no en acción. Escudero clama por un “grito de Libertad”: protestas (expresión y explicación constante de propuestas, ideas, acciones y argumentos que revelen los valores y virtudes de la Libertad) constantemente, hasta derrotar a los “enemigos de la Democracia”, transformando la informalidad en formalidad y reviviendo el patriotismo desde la niñez, con el impulso de los ciudadanos de tercera edad.
No hay salvación pasiva nos enseña, urge una rebelión secuencial, organizada, para romper el ciclo de angustia y manipulación. Sus columnas en Minuto Digital reiteran esto como resumen de nuestra historia social, urgiendo a las clases medias a pelear con la palabra, el ejemplo y la tarea de educar en valores y virtudes.
Estamos en momentos en que hay que impedir el desembalse total del Estado, convirtiendo la crisis popular en la oportunidad del cambio para siempre.
