Hablar, escribir sobre el populismo, no es un tarea fácil cuando vivimos en un continente lleno de excentricidades en la política, desbordado en demagogia y canibalizado en la democracia. Por eso buscamos en el Instituto de Estudios de la Sociedad (IES) de Chile, de quienes seguimos con gran respeto su trabajo, alguna referencia sobre el tema y encontramos el valioso documento que Josefina Araos, una brillante historiadora e investigadora chilena preparó, y a continuación lo transcribimos en resumen, haciendo la salvedad que al final del artículo podrán bajarlo completo en el link correspondiente:
La tesis más instalada en el debate público sobre el populismo es que se trata de un mal que debe evitarse, lo que dificulta mirar qué realidades aparecen con el fenómeno. El espanto nubla, pues la experiencia de la amenaza es instintiva: hay que salir arrancando o atacar; nunca reflexionar. No obstante, esa es justamente la exigencia de nuestros tiempos: pensar sobre aquello que el populismo pone de manifiesto, aunque no nos guste.
La dificultad de una aproximación de este tipo es, desde luego, que ese esfuerzo sea interpretado como un intento más o menos disimulado de justificación. Por lo mismo, hemos tratado de formular una propuesta que se detenga en la relación política que emerge con el populismo y, sobre todo, en los seguidores que garantizan su éxito.
No buscamos defender a líderes cuyos regímenes efectivamente han derivado en despotismo o que han dirigido proyectos que han dañado la democracia. Sin perjuicio de lo anterior, hemos buscado reconocer las tensiones de nuestros ordenamientos políticos, los elementos antidemocráticos que aparecen al interior de las mismas democracias que, siempre imperfectas, dependen de la capacidad de incorporar su crítica. Pero quizás lo más importante es tomarse en serio la demanda de las personas comunes y corrientes que reclaman no sólo por la persistencia de opresiones arcaicas, sino también por formas nuevas de exclusión.
Como dice Chantal Delsol, el nombre de la democracia encarna una esperanza que nunca se cumple del todo. Y frente a las decepciones y frustraciones que esto genera, no puede responder afirmándose a sí misma como si hubiera en ella una certeza absoluta, porque no tiene la capacidad de ofrecerla. Su novedad consiste, de hecho, en aceptar que en la búsqueda incansable del destino común pueden y deben participar todos, pues se trata de un bien “del cual todos son capaces”. El populismo se ha articulado, más que como una amenaza a la democracia en sí misma, como una oposición y alternativa a su versión liberal, predominante en Occidente.
En ese sentido, su florecimiento y éxito tienen que ver también con los fracasos del liberalismo. Que se haya instalado el consenso de que la democracia liberal es el modelo más adecuado que hemos encontrado para vivir en sociedad no significa que las demás fórmulas no tengan algo interesante que decir respecto de cómo construir y avanzar en esa democracia. La clave reside en quienes entregan su apoyo a los movimientos populistas: su rechazo no se dirige necesariamente a la democracia sino a su versión dominante, que puede dejar en la penumbra dimensiones valiosas de la existencia.
El liberalismo no agota la democracia y su permanencia como ordenamiento predominante depende de su capacidad para reconocer esos puntos ciegos. El desafío entonces no reside tanto en combatir al enemigo que aparece con el populismo, sino en atreverse a mirar las demandas reales de aquellos que hasta ahora nuestras democracias sólo han sabido presentar como traidores.
Araos, Josefina,”Populismo”, Claves para el debate nº3 (diciembre de 2018).
Puede acceder al documento en este link: https://www.ieschile.cl/wp-content/uploads/2018/12/Populismo-4-claves-para-el-debate.pdf?mc_cid=ab12b995b2&mc_eid=951aec90ac