Carlos y Elsa llevan 55 años de casados, Elena 62 con Pepe. Rosita -madre soltera- celebrará los 80 años con una envidiable vitalidad y ganas de informar a todos lo vecinos los datos del día; Claudio es viudo pero no deja de rezar en el centro del parque -frente a una imagen de la Virgen de Guadalupe- por su adorada “chinita”. Felipón de 75 abriles sale al parque con sus nietos y sigue diciendo que es el mejor arquero del mundo, a pesar de los goles que por la guachita le meten en el arco que hace con su casaca y su gorra. Doris sigue asistiendo a las clases de baile que martes y jueves dicta un animoso joven que baja de Comas a brindar su alegría. Pili, Esther, Gladys, Susana y las “legendarias” de la zona, asisten presurosas a las seis de la mañana a sus sesiones de Tai-Chi… y decenas de niños corren por el parque, juegan entre ellos, mientas las mamás chatean o hablan de mil cosas, al ritmo que Don Celso suena la corneta de heladero y todos suspenden lo que hacen para pedir “un vasito, un sándwich o bombones”… así era un día de todos los días, en un mundo bajo el sol y la vida, con sus alta y bajas.
Y también Porfirio caminaba duro de noche y madrugadas reciclando en calles y parques de Pueblo Libre, Tito con Ronald agitaban las brazas bajo su plancha de anticuchos y chunchulines en una esquina de la Avenida San Juan, Richard paraba su taxi un ratito para ir donde Guilligan a ver que se “empujaba” -como solía decir-; Kike atendía en su cevichera que pasó de 4 a 20 mesas y ya estaba por abrir un nuevo local en Lince; Celia y su comadre Eloísa organizaron a mujeres de Cañete, Asia y Mala para atender en cocina, lavandería y aseo a viviendas de familias veraniegas en el sur de Lima… así era un día de todos los días, en un mundo bajo el sol, con sus altas y bajas.
Entonces vino el coronavirus y comenzó la masacre, no la defensa de la vida. Ni una sola de las personas que les narré, ni una sola de esas maravillosas y extraordinarias vida, está hoy al lado de su familias, ninguna, y hay ciento veinte mil más que han dejado entre huérfanos, viudos, viudas y abandonados, a más de trescientas mil víctimas en el Perú, hasta ahora… y no los vemos, ni en recuerdos los tenemos.
Unos pueden decir y aún se molestan al expresarlo, que nadie sabía cómo era esto del coronavirus y que se hizo y hace lo posible por los demás. La primera parte se puede comprender porque es cierto que “nadie sabía como era esto”, pero la segunda: “se hizo y hace lo posible” es una mentira enorme, inaceptable.
Lo peor de las personas, lo más ingrato, repudiable y condenable, ha aflorado como políticas de Estado, como rechazo al contagiado, como olvido de la solidaridad con el desamparado y peor aún, como un “ojalá que mejores” -de lejitos-, expresado por tu propia familia, contagiada pero de egoísmos y miedos transmitidos por la prensa asquerosa que siembra odio y rechazo a la vida, a la solidaridad.
Son poquísimas las excepciones, son escasísimos los actos de Amor, de ayuda, de dar antes que recibir.
¿Y como se traduce todo este drama del olvido, del jódete y no me jodas?
Como el título que hemos puesto hoy: Desde hace un año… nos impusieron la nueva “anormalidad” y el menosprecio político a la vida humana, y aceptamos ingenuos e incautos que nos dijeran de todo como una verdad siendo puros engaños, y así nos quitaron todo, hasta las lágrimas de nuestros padres, el abrazo de nuestros hermanos, el beso de los hijos.
En los momentos más duros de la humanidad, afloran los perversos hábitos de los que deshumanizan y frente a ello, tratan de sobrevivir con miedos y silencios, los pocos que aman a sus familias, los pocos que aman a sus países, los pocos que aman su Fe.
Desde hace un año nos condenaron sin juicio ni explicaciones, abusando de nuestros derechos y anhelos, destruyendo esperanzas nos sentenciaron a la nueva “anormalidad” donde el hombre ya no es hombre, y la mujer tampoco es mujer, donde la familia es una figura de mofa, de burla… donde cada uno ve por sí mismo y la solidaridad es ofensiva, un mundo en el que debes callarte y aceptar todo lo que se te impone porque ahora esa basura “es lo correcto”.
Pues bien, YO no quiero ese mundo, no acepto esa imposición y así sea una sola voz, seguiré diciendo lo que pienso, porque amo a mi Familia, adoro a mis hijos, lucho por la vida desde el más pequeño y débil, hasta el más necesitado y angustiado.
Debemos volver a la normalidad, castigar a los políticos y sus cómplices. Tenemos que volver, volver a abrir las puertas y los corazones, dar sonrisas y abrazos, un beso por los que se fueron y una canción por los que vendrán.