Le preguntaba a Juan, vendedor en las calles, padre de familia de tres niños, casado con Eugenia, cocinera en un comedor popular, allá en lo alto de un cerro de arena y piedras ¿Qué harás hoy, para sobrevivir mañana?
“Ese es mi desafío Ricardo” -respondía, para luego añadir: “Yo no deseo que los niños trabajen en las calles o en la ladrillera amasando el barro, pero deberán hacerlo, no tenemos de otra, debemos al Banco por las calaminas y el cemento del piso, debemos a una Caja por las medicinas para la operación del chiquitín y tengo cuotas atrasadas por mi moto, en la que subo y bajo del cerro para llevar y traer de la escuela a los chicos, ir rápido al trabajo de Delivery y recoger a mi gorda del comedor”
Juan sabe que el primer programa social comienza en casa, mientras los gobiernos hacen cifras, gastan en deliberaciones y la gente sigue padeciendo hoy, el temor del mañana.
Juan piensa en vender la moto a cualquier precio y además, en poner a trabajar a los niños, de 12, 8 y 6 años. Esa es la realidad, dolorosa situación que Juan teme por sus efectos en la educación, la seguridad y la consistencia de su familia.
Es cierto que hay que enfrentar muchísimos problemas y el orden de esa respuesta nos va a llevar a perder tiempo muchas veces, porque las prioridades no están definidas en medio de la pandemia, pero hay que hacer la lista y en ella, habrá olvidos, será doloroso, pero los habrá.
En el caso de Juan, como el de miles de otros tan iguales, las soluciones son posibles si los ojos del gobierno están abiertos y si la disposición de recursos son para aliviar y comprometer a las gentes al despegue desde el suelo.
No se trata de dar dinero a la mano del que estira para una ayuda, no. Hay que resolver directamente esas deudas -por ejemplo, las de Juan- pero sellando una alianza en favor de todos.
Es difícil ¡Cómo no! Pero si no despertamos ante el mayor desafío, que es vernos ante el espejo de la realidad, no podremos con ningún reto.