Parece que entre Chile y Perú se ha desatado una guerra silenciosa para ver quien hace más estupideces, porque no existe otra explicación para constatar cada semana y ahora a diario, las tonterías que proclaman los partidos de las izquierdas y las excesivas tolerancias que muestran los movimientos de la derecha, porque al centro, ya lo sabemos, están los haraganes del acomodo, hacia la derecha cuando necesitan dinero, hacia la izquierda cuando requieren más dinero.
Si en Chile dijeron querer una Convención Constitucional para derrumbar el soporte legislativo que les ha dado vida, progreso y desarrollo durante decenas de años, en el Perú ahora pretenden lo mismo, intentando aunque con fuertes rechazos, convocar a una Asamblea Constituyente para hacer lo mismo, destruir lo avanzado y retroceder a los tiempos del caos, la extrema violencia y la catástrofe económica. Ir a los tiempos de Allende y Velasco Alvarado, eso quieren para continuar su propia historia de frustraciones.
De lo que se trata evidentemente, es que se quiere destruir las bases, los cimientos de cada nación y para eso, las izquierdas de todos los rostros de la maldad, el odio y el resentimiento, son expertas y cuentan con el auspicio del Foro de Sao Paulo, el cártel de la narcopolítica que inunda con elementos subversivos a toda la región.
¿Quieren más ejemplos? En el Perú las denominadas bases diseminadas del terrorismo se asientan en la sierra centro sur y en la selva nor oriental sobretodo, sembrando, cosechando y procesando la hoja de coca hasta convertirla en pasta básica y luego en la cocaína más pura del mundo, en laboratorios perfectamente equipados y contando con la complicidad y protección de diversos niveles de autoridades para todo el circuito de la fabricación y exportación. Existe una cadena logística perfectamente montada, una industria de agroexportación –con valor agregado-, si se quiere poner en términos más nacionalistas.
En Chile, las bases de la subversión se encuentran al sur, en La Araucanía en especial y allí tienen varios objetivos militares e ideológicos que van desde la toma de propiedades que no les pertenecen, usando un discurso falso de recuperación ancestral por despojos, hasta la destrucción de infraestructura y centros de producción forestal, incendios de instalaciones de trabajo y asesinato de civiles, señalando a las fuerzas del orden como represivas, como si el terrorismo no debiera ser repelido, es decir, usando las mismas estrategias, lenguaje y discurso de Sendero Luminoso, pero todo eso, en Chile y en Perú pasa desapercibido, minimizado y protegido por los medios de comunicación que han sido copados por militantes de la nueva era de la revolución marxista que no se dice marxista ni comunista, sino progresista, ambientalista, reivindicacionista, globalista y hasta pacifista, aunque algunos no lo crean todavía.
Matar a un compatriota por temas de narcotráfico o ecoterroismo, es olvidado en minutos, como si la sangre de nuestros semejantes fuera producto de evaporación, como si esos seres humanos no fueran chilenos, o peruanos, según sea el caso. Pero si un extremista de las izquierdas se cae en una protesta, se resbala por su propio andar, se tira al piso de cemento y se provoca heridas a sí mismo, los gritos de toda la sociedad van contra la Policía (para que sea vista como agresora), contra las Fuerzas Armadas (para que sean vistos como asesinos, aún cuando no haya ni un fallecido). En cambio, a los medios les abren la puerta del mismo callejón sin salida para que sean cómplices del ataque, socios del insulto, provocadores de la ofensa y generadores del escándalo que saldrá en portadas de los diarios y en los programas de televisión que conducen improvisados del periodismo, con guiones preparados para incendiar las mentes y esparcir la confusión con adjetivos de grosera calificación y cobarde condena.
En Chile, van aprobados por ese conjunto de mediocres y muy limitados “convencionales constituyentes” –no todos son escasos, pero la mayoría sí lo es-, como 400 artículos del proyecto de nueva constitución, de los cuales más de la mitad son puras excentricidades y locuras, expresiones inconsistentes, inaceptables para una mejor democracia, para una mayor libertad. Pero los medios y los gobernantes, junto a una serie de académicos de alquiler y de temporada de farándula, hablan maravillas de la destrucción que incentivan, vendiendo un cartucho de dinamita, como la vela del cumpleaños, con la diferencia que el cartucho explota para destruir todo y la vela se apaga para luego abrazar al hermano.
Si lo ponemos en términos de igualitarismo intelectual y deformación profesional, en Chile gobierna la misma especie de persona que lo hace en el Perú, así que sobran palabras para mostrar que el barco en cada caso, no va al naufragio, sino que se hunde solito, salvo que las fuerzas de las organizaciones democráticas se dejen de comodidades y de miedos y pongan las cosas en su lugar, ahora, no después, porque se está desmontando la poquita, precaria y muy débil institucionalidad que aún respira por encima del borde del ahogo.
Para respirar se necesita aire, y ese aire tan necesario, se está acabando porque lo estamos permitiendo.
Imagen referencial, en redes sociales, un candidato promotor de la violencia, antes de ser elegido