Además de una muy buena didáctica (capacidad de enseñar) y un buen gobierno de aula, considero que el querer, el afirmar y el corregir terminan por definir la categoría de un maestro.
- El querer puede interpretarse válidamente de múltiples formas. Una de ellas se relaciona con la resolución, la motivación o disposición para educar. Desde esta perspectiva, querer tiene el sabor de ‘fidelidad’ porque no se contenta con asistir, sino que se centra activa e ilusionadamente en el despliegue cotidiano del quehacer docente. Muy cercana a esta acepción aparece aquella conectada con la toma de decisiones y su inmediato correlato: la puesta en acción. La educación no es dejada a la amplia, difusa y miscelánea influencia del medio, sino que el docente la direcciona y conduce en determinado sentido alineado al conocimiento del alumno y la visión de la escuela.
Querer también predica afecto cuya manifestación se evidencia, se valora e interpreta en la presencia o en el modo de estar. Lo ‘interior’ se externaliza en los gestos, en las miradas, en las inflexiones de voz, en la postura… con el cuerpo se comunica emociones y afectos como respuesta a lo que el ‘otro’ nos suscita. El querer suele expresarse con nitidez y contundencia en el escuchar y en el sonreír. Escuchar, es centrar la atención en un quien, valorarlo como persona junto a lo que trasmite o cuenta. Sonreír, es comunicar, compartir el gozo que edifica el encuentro, el trato con una persona; a nivel de grupo, la sonrisa revela ‘un estar a gusto’, en el lugar (en el aula) – que es el más importante para aportar con sentido y a con perspectiva de largo plazo.
Por último, para que el querer sea educativo, el destino debe estar claro: buscar y aspirar al bien. Esta benevolencia se nutre del tiempo, del intercambio y del conocimiento del educando, en tanto implicado y participante de las actividades escolares programadas. Querer el bien significa procurar ‘ese’ bien particular, que es posible descubrirlo en una relación personal y capilar, pues sobre el bien universal de la enseñanza o de inserción en la cultura de la sociedad – concernientes de toda escuela – cada alumno tiene uno específico que reclama de un preciso camino, de un arte en el andar y apoyo para conseguirlo. Por el contrario, una visión utilitaria que solo busca resultados, presume que existe un único bien para todos, por cierto, no es un enfoque errado, es estrecho.
- El acto de querer es condición para activar la práctica del afirmar. Su inicio es el reconocimiento, no el que deriva de la ejecución de una buena práctica o de la obtención de un logro, sino de aquel que cala en el alumno al saberse y sentirse que ‘importa’, que no es uno más en la ‘lista’ o en la ‘fila’. Un factor que incide negativamente en el aprendizaje es la indiferencia y el trato pálido y gris en la relación docente-alumno.
El educando suele esperar aprobación, que lo ponderen, pero sin que sea adulado usando ‘frases redondas’ que suenan bien pero que tienen el defecto de ser definitivas y uniformes. Definitivas porque no admiten la posibilidad de mejora ni la comprensión cuando se retrocede o se equivoca. “Al hombre no le es posible desarrollar todas sus potencias simultáneamente y en igual medida al igual que tampoco puede actualizar todas a la vez (…) El hombre se revela como un todo unitario en continuo proceso de hacerse y transformarse” ([1]) precisamente esta realidad aboga en contra del uso de calificativos que no estiman la capacidad de autodeterminarse, del movimiento y de la progresión en el crecimiento de la persona.
El reconocimiento, la afirmación no se reduce a otorgar o no calificativos, también se expresa eficaz en esa mirada ‘cómplice’ que anima; en esa ‘palmada’ en el hombro señal que se confía en el educando; en esa conversación que se le descubre talentos o nuevos ideales; y, cuando más allá del mero reporte de las evaluaciones el docente es consciente que “el modo de ser propio de una persona se expresa también en formas que pueden seguir existiendo separadas de ella: en su letra (…) en todas sus obras, y también en los efectos que ha producido en otros hombres” y, por tanto, el docente tiene como tarea principal “comprenderlos: penetrar en la individualidad por medio del lenguaje de esos signos” ([2])
La afirmación como ejercicio es siempre relevante, sin duda alguna. Pero su incidencia – profunda y omniabarcante – en toda la persona está en directa relación con la ascendencia. La autoridad y el prestigio del docente tienen la certeza de la credibilidad y el atractivo de la inspiración.
- El corregir no es un recurso buscado ni gustoso, se le omite o se le escamotea sin mayor rubor. Su fuente de inspiración está en la magnanimidad. Con la corrección no se busca satisfacer las demandas, deseos ni gustos del alumno, tampoco los propios del docente, sino las necesidades, realizando actos que promuevan el crecimiento y desarrollo del educando. Poner orden cuando sea preciso y ‘rectas’ las conductas, es una manera concreta de mostrar afecto. ¿De qué otro modo se puede llamar al hecho de correr el riesgo de recibir por respuesta una mala cara, unas palabras hirientes o un afilado silencio, tan solo por buscar lo mejor para el otro?
El docente que corrige es generoso respecto al proyecto vital del alumno, porque cree en sus posibilidades y capacidades y, en lo que a él le competa, pondrá todos los medios para que no sea menos de lo que puede llegar a ser. Corregir implica creer y apostar. Al señalar una equivocación o un mal comportamiento, se ilumina la inteligencia al proporcionar argumentos o razones que expliquen la invalidez de la omisión; se modela modos y se amplían nuevos horizontes para hacer las cosas bien; se le permite reivindicarse ante sí y ante los demás, es como si se diera la oportunidad de ubicarlo en el partidor para volver a intentarlo. Sin duda, el corregir es un acto que mira al futuro del alumno y al bien común de la sociedad. Si para afirmar se pedía ascendencia, la corrección solicita del docente coherencia que no impecabilidad, sino el patente esfuerzo desplegado en actuar y pensar en concordancia. ¡FELIZ DÍA MAESTRO!
[1] Stein, Edith, “Escritos Antropológicos y Pedagógicos” IV, Ed. El Carmen, Madrid, 2003, págs. 646-647
[2] Stein, E, ob.cit. pág. 583
Fotografía referencial, profesor acude a enseñar a sus alumnos, Piura, Agencia Andina